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martes, 12 de febrero de 2013


INSTITUTO DE ESTUDIOS ESTRATÉGICOS DE BUENOS AIRES
EL ESCUDO ANTIMISILES

Introducción: 
Una Guerra Fría sin Guerra Fría.

“Desde la aparición de la vida visible en la Tierra, debieron transcurrir 380 millones de años para que una mariposa aprendiera a volar, otros 180 millones de años para fabricar una rosa sin otro compromiso que el de ser hermosa y cuatro eras geológicas para que los seres humanos, a diferencia del abuelo pitecántropo, fueran capaces de cantar mejor que los pájaros y de morirse de amor. No es nada honroso para el talento humano, en la edad de oro de la ciencia, haber concebido el modo de que un proceso multimilenario tan dispendioso y colosal, pueda regresar a la nada de donde vino por el arte simple de oprimir un botón”.
Gabriel García Márquez, 1986.

A menudo, durante el transcurso del último tiempo, numerosos medios de comunicación así como fuentes oficiales se han hecho eco del denominado “Escudo Antimisiles”. Tal mención ha conocido aún mayor asiduidad  tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 que, de algún modo, ha colocado en  tela de juicio la invulnerabilidad de los Estados Unidos, cuidadosamente preservada a lo largo de toda su historia, si exceptuamos el ataque británico a Washington, en 1814. Tamaña agresión y con tan funestos resultados, si bien generó diversas interpretaciones y reacciones, se convirtió en un punto de apoyo más de la política belicista emprendida por la administración de George W. Bush.

Dicha administración, que arribó a la Casa Blanca con un consenso que podríamos calificar de alcance reducido, se caracterizó desde un principio por el vuelco diametral impuesto a su política, respecto de los gobiernos inmediatamente precedentes.

El fin de la Guerra Fría colocó a Estados Unidos en una posición marcadamente singular, probablemente sin equivalentes históricos, convirtiéndose el objetivo primordial de su política exterior en mantener el status quo adquirido, objetivo que se manifestó con diversas modalidades, según cual fuera la orientación esgrimida por la administración que ostentara el poder.



Tras el colapso de la Unión Soviética, este país se encontró frente  a un dilema estratégico, resumido en tres opciones: 
privilegiar la cooperación y el multilateralismo,
adoptar una política clásica de equilibrio de fuerzas o
perpetuar la unipolaridad por medio de una “estrategia de primacía”.

Esta estrategia fue la alternativa finalmente privilegiada por un sector del Pentágono durante el transcurso de la administración de George Bush (padre) y como tal, se articuló en el seno del Pentágono en un informe confidencial titulado Defense Policy Guidance 1992-1994 . Cabe destacar que, previamente a adoptarse como política de Estado, las pautas contenidas en tal informe fueron objeto de un crudo debate al interior de la administración, que tuvo como protagonistas a James Baker, entonces Secretario de Estado y al Asesor de Seguridad Nacional, el General  Scawcraft, quienes limitaron los alcances de las medidas a adoptar, cambiando asimismo algunos de sus lineamientos originales. Lo que dicho documento en su versión última preconizaba era 
“... impedir que cualquier potencia hostil domine regiones cuyos recursos le permitan acceder a la condición de gran potencia”...
”disuadir a los países industrializados avanzados de cualquier tentativa de desafiar nuestro liderazgo o de modificar el orden político y económico establecido”, y 
“prevenir la emergencia futura de cualquier competencia  a nivel global” .

Sin embargo tales premisas, aunque corregidas en el informe citado, se constituyeron en basamento de una política de seguridad que tuvo su expresión  cúlmine en la Guerra contra Irak, en 1991, guerra que cumplió una función indudablemente decisiva  tanto para mantener la movilización de las fuerzas armadas estadounidenses, como para justificar la continuidad de un elevado presupuesto de defensa y conservar la red militar establecida  a nivel planetario.

Esta estrategia de primacía fue dejada paulatinamente de lado durante el transcurrir de la administración Clinton, quien privilegió la construcción de una política centrada en el aspecto económico , haciendo hincapié fundamentalmente en el proceso de globalización y en la penetración del enfoque neoliberal, a través de la apertura de mercados. Hacer predominar la economía sobre la seguridad, resultaba consecuencia lógica de un enfoque que consideraba que la desaparición del enfrentamiento bipolar abría las puertas a una inversión de las prioridades, emergiendo una especie de “Estado globalizador”. Ejemplos de las políticas que dicho enfoque conllevó, constituyen la ratificación del ALCA (Asociación de Libre Comercio de las Américas), a fin de cimentar relaciones comerciales estratégicas con los vecinos más próximos y la finalización de la Ronda Uruguay del GATT en 1994, con la consiguiente creación de la OMC (Organización Mundial de Comercio) para reducir aranceles, arreglar conflictos comerciales y aplicar reglamentos . 

Otro aspecto a destacar de la administración Clinton resulta la preferencia otorgada a la prosecución de los intereses nacionales vía las instituciones multilaterales y las Fuerzas Multinacionales. Acciones relevantes en el ámbito de política exterior fueron: el reestablecimiento de la democracia en Haití, las negociaciones por la paz en la ex – Yugoslavia, la mediación de un acuerdo de paz en Irlanda del Norte, la normalización de las relaciones con Vietnam, la promoción de un acercamiento con Corea del Norte, acciones estas que junto a otras se enmarcan en lo que la administración definió como Enlargement of Democracy o Ampliación (Expansión) de la Democracia, que incluyó entre sus ítems el respeto a los Derechos Humanos, la política de acercamiento a China y Rusia, y cabe mencionar la firma del Tratado de Libre Comercio con México, que además de haber afianzado la relación entre ambos países, se relaciona con lo mencionado en el párrafo precedente acerca del esfuerzo depositado en el proceso de consolidación del ALCA, constituyéndo el acto citado una acción importante para la concreción del mismo. También puede destacarse el compromiso, aunque renuente, de dicho gobierno con el Tribunal Penal Internacional y, firma mediante, con el Protocolo de Kyoto, lo cual muestra una tendencia a actuar acorde a criterios multilaterales, sin descartar que tal actitud pueda haber escondido una dosis de pragmatismo en el sentido de entender los límites y posibilidades de la misma. En este sentido no debe olvidarse que la Iniciativa conocida como Plan Colombia y la intervención, OTAN mediante, a Kosovo formaron parte integrante de la agenda de la administración demócrata . 

La administración de George W. Bush no vaciló en calificar a la misma de “conciliatoria”, alejándose  a pasos agigantados hacia una estrategia claramente unilateral que revive de alguna manera, momentos claves de una era pretendidamente superada, de Guerra Fría. 

Este giro se evidenció desde un principio con la designación de los puestos más importantes del gabinete, los cuales recayeron en figuras claves: el Vicepresidente Dick Cheney, el Secretario de Estado Colin Powell, el Secretario de Defensa Donald Rumsfeld, la Asesora de Seguridad Nacional Condoleezza Rice, quienes conforman un equipo sumamente experimentado en lo que a cuestiones de seguridad nacional atañe.

Como no podía resultar de otro modo, el replanteamiento respecto al ámbito específico de política exterior y de seguridad resultó inminente. El Presidente George W. Bush, poco después de asumir su cargo, encomendó a su Secretario de Defensa que trazara la “estrategia de guerra del siglo XXI”. Ello derivó en una arquitectura de defensa edificada sobre tres pilares: 
el “americocentrismo”, que implica la utilización de las fuerzas acorde  a la maximización de los intereses nacionales, inclusive durante operaciones conjuntas con los aliados; 
la capacidad de desplegar fuerzas en cualquier lugar, en cualquier momento y en cualquier circunstancia; y 
la supremacía perpetua, que significa recurrir a la ciencia, a la tecnología y a los recursos económicos para garantizar la superioridad permanente de las fuerzas armadas estadounidenses .

Asimismo, la estrategia pergeñada respondió a ciertos objetivos más generales asumidos por Bush como lineamientos estructurantes de su política: 
fortalecer los lazos de confianza con las fuerzas militares norteamericanas,
proteger al pueblo norteamericano contra los ataques y amenazas terroristas, y 
crear una fuerza militar que aproveche las nuevas y extraordinarias tecnologías para         confrontar las nuevas amenazas de este siglo .

    Tal como afirma Rumsfeld, existe la idea generalizada de que el mundo está cambiando y de que el actual es un período de transición entre la Guerra Fría y la era que sigue, resultando bastante inciertas hasta el momento las características que el  nuevo ordenamiento depara.

    El nuevo escenario, tal como se ha ido configurando tras la finalización de la Guerra Fría, reporta a Estados Unidos pingües beneficios, como así también es fuente de considerables desventajas. A partir de un análisis del reacomodamiento de la situación internacional resulta factible afirmar que probablemente no exista un solo modelo de nuevo orden mundial 

    Por un lado, el otrora esquema bipolar ha dado paso a un unipolarismo, donde es este país el único que sin duda, puede ejercer  a nivel global, al papel de superpotencia. 

    Por otro lado, es posible constatar que en el contexto actual, la agenda internacional ha experimentado cambios fisonómicos fundamentales, en virtud de lo cual las cuestiones económicas han adquirido un peso similar y en algunos aspectos superior a las cuestiones estratégico militares, antaño ubicadas al tope de la agenda. Siguiendo este razonamiento, es indiscutible que existen actores en el orden mundial que, en tanto sean capaces de consolidar estrategias en común, serán capaces de rivalizar con el coloso norteamericano, lo que otorga al nuevo esquema características palpables de multipolaridad.

    En esta coyuntura, la actual administración estadounidense ha optado por iniciar un proceso de rejerarquización de la agenda, a fin no solo de mantener el statu quo (lo cual fue una constante en los últimos gobiernos), sino extender aún mas las fronteras de su hegemonía, apelando para ello a aquellos ámbitos donde Estados Unidos mantiene una situación de predominio indiscutible. En tal sentido se orienta la estrategia emprendida por Bush que consiste claramente en priorizar el aspecto estratégico militar. 

    En el marco de dicho ámbito y coincidiendo con los objetivos enunciados en los párrafos precedentes, el 1 de mayo de 2001 el Presidente anunciaba su decisión de construir rápidamente un sistema de defensa antibalística. El 8 de mayo del mismo año, el Secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, anunciaba también, aunque sin dar cifras, un considerable aumento en los gastos de defensa estadounidense en el terreno espacial. El espacio, afirmaba, ocupará en adelante un lugar prioritario en la planificación estratégica de Estados Unidos .

    El informe Rumsfeld, anterior a dicho anuncio, evoca lo que considera la “creciente vulnerabilidad de Estados Unidos” ante un “Pearl Harbor” espacial y propone evitar ese problema “dando al Presidente la opción de desplegar armas en el espacio para disuadir eventuales amenazas, y, de ser necesario, para defender de un ataque los intereses estadounidenses” . 

    Hasta que punto la dependencia del espacio es real, resulta un tema constatable en el acontecer histórico, a la par que un desafío característico de la etapa de Guerra Fría, aunque la Guerra del Golfo de principios de la década del ´90, apenas finalizado el período histórico precedente, “representa el primer caso de empleo de satélites de comunicaciones para el despliegue, mantenimiento, mando y control en gran escala de fuerzas de combate” . Ello implica, corroborando las aseveraciones de Rumsfeld, que los ejércitos en competencia de muchos países dependen ya demasiado de misiles y satélites para imaginar que vayan a ignorar esa dimensión. Su inmensidad constituye un factor clave en la forma bélica del futuro .

    Bush, por su parte, encuentra numerosas justificaciones para el despliegue del Escudo Antimisiles, como lo indicase inclusive desde la campaña que lo condujo a la casa Blanca, al afirmar que “La protección de Estados Unidos asumirá la más alta prioridad en el siglo próximo” . Esto implica fundamentalmente proteger el territorio nacional contra la amenaza de “Estados ilegales”, es decir contra países con dirigentes irracionales  dotados de misiles balísticos. Sin embargo resulta discutible si dicha iniciativa es la resultante de un plan defensivo o, por el contrario, constituye la pieza clave de una estrategia activa y ofensiva pergeñada por Washington.

    La apuesta de Bush en este sentido resulta sumamente arriesgada y no sólo para los Estados potencialmente “enemigos” sino,  primordialmente, para los aliados ya que, en el pasado, cada vez que una potencia dominante intentó aumentar indefinidamente su supremacía, el escenario derivó en situaciones inestables y conflictivas.

A lo largo del presente trabajo, intentaré, mediante una metodología fundamentalmente basada en la lectura de material bibliográfico, arribar a lo que constituye el objetivo propuesto para el mismo, cual es un análisis explicativo de aquellos aspectos que considero fundamentales, por la incidencia asumida en los diversos campos, de un proyecto de la envergadura de la actual National Missile Defence, iniciativa que considero es prioritaria, en tanto componente de la estrategia de un sector clave para la política exterior estadounidense, como es, sin duda, el desarrollo militar-nuclear de este país.

El primer capítulo actuará a modo de presentación de la iniciativa objeto de estudio, así como del análisis político que realizó el gobierno del Presidente Bush para incluirla dentro de su agenda como un proyecto a desarrollarse en un futuro inmediato. Asimismo, se remontará a sus antecedentes más próximos. Es también en este acápite donde se realizará una descripción de algunos aspectos técnicos relevantes para comprender los alcances del Escudo Defensivo.

En el capítulo II se analizará la Doctrina conocida como Destrucción Mutua Asegurada o Doctrina de la Disuasión, instituída en dogma durante el transcurrir de la Guerra Fría. Luego de constatar que esta, así como el tratado ABM, pilar junto a la misma del período citado  ha ido perdiendo vigencia en forma paulatina, se analizará el modo en que la eficacia defensiva fue reemplazando a la ofensiva como factor disuasivo de conflictos en el marco del nuevo escenario estratégico.

Los antecedentes más lejanos del Escudo Antimisiles, en especial la “Guerra de las Galaxias” pergeñada por la administración de Ronald Reagan durante los ´80, serán revisados en el capítulo III, en el que también se mencionará los diferentes debates ocasionados en virtud de estos proyectos, habida cuenta de las dificultades técnicas y de índole económica inherentes a la historia del sistema defensivo.

El capítulo IV abordará los aspectos teóricos-conceptuales factibles, desde mi punto de vista, de ser aplicados a la estrategia de seguridad desarrollada por Estados Unidos, de la cual resulta componente clave la NMD. En dicho acápite se hará hincapié en el cambio generalizado que sufre la concepción teórica de la seguridad respecto de la etapa inmediatamente precedente (este capítulo se complementa con el capítulo II ya reseñado).

En el capítulo V es posible encontrar una visión más abarcativa de la política exterior estadounidense, aunque siempre poniendo énfasis en el aspecto estratégico-militar. En estas líneas  se analizará el impacto que los sucesos del 11 de septiembre de 2001 han tenido sobre la agenda exterior de la administración republicana y como se han constituído en eslabón fundamental de un proceso que venía gestándose desde los mismos inicios de la administración de George W. Bush.

La situación interna, así como los lobbies que a favor y en contra surgieron en el ámbito doméstico a raíz de la enunciación de esta iniciativa, se describirán en el sexto acápite, donde se hará mención también del impacto presupuestario. El conglomerado militar-industrial, tanto público como privado, y el complejo científico también estarán presentes a lo largo de este capítulo.

En los capítulos VII y VIII, me referiré al modo en que las relaciones bilaterales de los Estados Unidos se han visto afectadas por el anuncio y posterior despliegue de la NMD. En el primero de ellos se analizará la díficil relación con Rusia, asi como los lazos entablados con actores fundamentales de Europa. También las relaciones con Japón serán descriptas en él. En tanto en el capítulo VIII, el objeto de análisis lo constituirán las relaciones absolutamente conflictivas, o que lo son en forma potencial. Se tomará a tal fin los casos de Irak, Corea del Norte y China.

Por último arribaré a las conclusiones pertinentes, donde intentaré exponer, en base al objetivo mencionado y tras el análisis de las diferentes facetas, expuesto en los diversos capítulos, la trascendencia que tal iniciativa, en mi opinión, asume para el diseño del orden mundial presente y futuro.

Capitulo I:

La National Missile Defence: Un desafío gigantesco.

“En los siglos XV y XVI creció y menguó el entusiasmo de las grandes potencias europeas por la exploración transatlántica, pero, una vez descubierto el Nuevo Mundo, ya no era posible dar marcha atrás...”
Alvin y Heidi Toffler,
Las Guerras del Futuro.
   
    La idea básica que subyace tras la National Missile Defence, como se ha denominado al Escudo Antimisiles, consiste en el desarrollo de una capacidad defensiva que detecte y neutralice, dentro o fuera de la atmósfera, cualquier amenaza balística de caracter no masivo   dirigida contra el territorio de los Estados Unidos.

    El programa anunciado por la administración republicana tuvo su origen inmediato en la Missile Defence Act promulgada por el Congreso norteamericano durante la presidencia de George Bush (padre), en la que se especificaba concretamente el despliegue de un sistema de interceptores en tierra, para 1996. Esta fecha posteriormente fue traslada, por indicación del Pentágono, para el año 2002. A consecuencia del lanzamiento por parte de Corea del Norte  de un misil de largo alcance, que sobrevoló territorio japonés en 1998, se tomó la definición de desarrollar una Defensa Antimisiles de carácter Nacional, que debería hallarse en estado operativo para el año 2003. Dicho proyecto superaba las expectativas de un simple sistema de interceptores, como el previsto hasta el momento en que el suceso mencionado hizo menester replantear los alcances perseguidos. En base a ciertos informes que consideraban improbable la consecución del despliegue del mismo para antes del año 2005, el Presidente Clinton anunció, en septiembre del año 2000, que era su intención que la decisión final acerca del escudo fuera, en definitiva, adoptada por el Presidente sucesor.

    Muchas razones se conjugaron  en el análisis que realizó el gabinete en ese entonces, que derivaron en la decisión de posponer el desarrollo del programa. Si bien la administración de Clinton reconocía la importancia de la NMD como parte esencial de una estrategia de seguridad nacional que contemplase todo tipo de amenazas, tomando en cuenta las nucleares, biológicas y químicas, observaba que ciertos impedimentos factuales se interponían en el desarrollo de la misma.

    Entre las cuestiones principales argüidas es posible encontrar las limitaciones tecnológicas existentes, el éxito sumamente limitado de los ensayos, hasta la fecha, la existencia del Tratado ABM y, en particular la escasa simpatía con que los aliados contemplaban el proyecto. Tales fueron los factores que contribuyeron a que el gobierno demócrata mermara aún mas su predisposición hacia el desarrollo del sistema.

    Lo anterior, aunado al escaso contenido belicista subyacente en la estrategia que durante ese mandato se gestaba desde la Casa Blanca, fue motivo más que suficiente para que el Presidente Clinton hiciera una evaluación negativa. Se consideró que dicho proyecto, que no encajaba en los postulados oficiales, reportaría  a la administración mas costos que beneficios.

    Desde el inicio de su gobierno, George W. Bush retomó la iniciativa postergada por su predecesor, haciendo hincapié en la seriedad del compromiso norteamericano con la NMD. Bush considera a la misma una “responsabilidad constitucional” a la vez que una nueva oportunidad para un replanteamiento colectivo que aumente la seguridad de Estados Unidos y sus aliados, tal como expresara Donald Rumsfeld en la Conferencia de Munich sobre Política de Seguridad Europea, en febrero del año 2001 .

    El programa anunciado por el Secretario de Defensa consiste en una sofisticada red internacional de misiles interceptores y sistemas de armas láser colocados en aire, mar y tierra, además del espacio sideral y montados en buques, submarinos, aviones y satélites que servirían de escudo impenetrable para interceptar y destruir, cuando se hallen aún en vuelo y antes de que ingresen a la atmósfera terrestre, misiles dirigidos contra Estados Unidos. 

    Los ataques a prevenir serían aquellos perpetrados con misiles balísticos intercontinentales. Esto es lo que diferencia fundamentalmente a un Escudo Antimisiles del tipo en cuestión, del llamado táctico, denominado TMD por sus siglas en inglés o Escudo Antimisiles del Teatro de Operaciones,  el cual se encuentra diseñado para defender a las fuerzas norteamericanas de un ataque con misiles balísticos de tipo táctico en el campo de batalla .

    El escudo antimisiles a escala global debe abordarse de otro modo, ya que contiene dos componentes idénticamente relevantes: interceptores y sensores. En cuanto  a los segundos, estos pueden hallarse basados en tierra o girando en órbita alrededor de la misma. Los sensores basados en tierra realizan dos grandes funciones. En principio, estos deberían encargarse de detectar la aproximación de misiles balísticos en su fase inicial de lanzamiento y propulsión, cuando son menos capaces de evadir las defensas o, en mitad de su trayectoria, acercándose al territorio protegido. Para realizar dicha función se ha optado en este caso por el uso de un radar de alerta temprana derivado del  Cobra Dane, empleado por Estados Unidos durante la guerra fría para detectar la aproximación de los ICBM soviéticos.

    En segundo lugar, la función pertinente de tales sensores constituiría en guiar los misiles interceptores hasta el misil balístico en aproximación. Esto representa un complejo problema, en razón de las enormes distancias puestas en juego. El tipo de radar necesario para cumplir con la función indicada deberá operar en banda X y representa un gran desafío técnico, ya que dicho radar debe proporcionar información en tiempo real acerca de la distancia y dirección a seguir por el misil enemigo, a un segundo ordenador que dirige la acción contra la amenaza, lanzando contra él un interceptor. La trayectoria de éste será determinada por la del misil atacante, por medio de radares y satélites . 

    Con respecto a los sensores en órbita alrededor de la tierra, estos constituirían una red de satélites encargados de detectar a los misiles balísticos por la radiación infrarroja emitida por los mismos. El nombre asignado a este programa es SBIRS ( Space-Based Infrared System). Este sistema fue creado por la Fuerza Aérea como parte integrante del Sistema de Alerta Temprana de Estados Unidos para reemplazar el DSP (Defense Support Program, de igual desempeño, pero menores capacidades). Esta red de satélites, divididos a su vez en high y low, en virtud de la altura a la que se hallan emplazados, tendría por objetivo detectar el lanzamiento de los misiles enemigos, localizar su trayectoria a través del seguimiento de los misiles en vuelo, mientras simultáneamente acopia los datos fundamentales sobre los mismos. Asimismo el sistema satelital, equipado con sensores infrarrojos de última generación, actuaría en combinación con el BM/C3 (Battle Management/Command, Control and Communications), cuyos sensores ubicados en tierra, cumplen con la función de procesar la información proveniente de radares, como de otros sistemas de datos, a fin de permitir estimar la amenaza y de resultar pertinente, autorizar en consecuencia el lanzamiento de interceptores, acrecentando de este modo la eficacia del sistema. Durante y después de haber sido lanzados los interceptores, los radares continúan almacenando datos en orden a evaluar el éxito o fracaso de la misión .

    Los interceptores constituyen, junto  a los sensores anteriormente descriptos, el segundo componente esencial del sistema. Por ejemplo, un interceptor se encuentra constituído por un misil que transporta una cabeza de guerra muy especial denominada EKV, “Exoatsmospheric Kill Vehicle” o “vehículo extra-atmosférico matador”. Está previsto que éste se separe en vuelo de su vehículo transportador e impacte en la ojiva del misil agresor, a una velocidad próxima a los 24.000 km/h . La función de interceptación  llevada  a cabo por el escudo antimisiles global, se realiza en el espacio exterior, entorno que carece de atmósfera y oxígeno. En consecuencia los explosivos tradicionales producen efectos que pueden resultar perjudiciales para otros sistemas propios en sus proximidades, tales como satélites y misiles, razón por la que se utiliza el mencionado EKV, el cual resulta, a fin de evitar tales efectos más eficaz. Este último funciona por el principio de energía cinética  e impacta contra el blanco guiado por los sensores y propulsores que lleva a bordo, destruyéndolo por tal efecto y, fundamentalmente, por un fenómeno de choque a altísima velocidad.

El proyecto prevé también sistemas de intercepción marítimas. Un crucero estadounidense equipado con el sistema de Defensa Aerea “Aegis” (con radares y misiles) logró por primera vez interceptar y destruir un misil balístico en su fase ascendente, en pruebas recientes, frente a Hawaii. Incluye asimismo el uso en tierra de lanzadores móviles, como por ejemplo misiles tierra-aire Patriot, contra misiles de mediano alcance . 

    Existe finalmente, otro tipo de interceptor denominado SLB ( airborne láser), que constituye un sistema láser de alta energía que eventualmente sería transportado en aviones Boeing 747 modificados o en satélites espaciales situados en órbita. Aún no es seguro que dicho equipo sea factible de ser utilizado para abatir, tanto los misiles balísticos de tipo táctico como a los de tipo estratégico. El primer vuelo de prueba para hacer ensayo del sistema destructor del ABL equipado con un dispositivo de precisión, se proyecta en la actualidad para fines de 2004 .

Capítulo II:
De la Estrategia de la Disuasión a la Defensa Disuasiva.

“Hoy existimos en paz porque cada lado sabe que no puede ganar una guerra nuclear. Si se rompe este equilibrio del terror, como sucedería con los misiles antibalísticos, dado que con ello uno de los lados pensaría que goza de ventaja, tendremos que hacer frente a una espiral sin fin de mas armas y mayor inestabilidad.”
Premio Nóbel Hans Bethe,
Director de teoría del Laboratorio Los Álamos.

“No puedo expresar hasta que punto preferiría disparar a los misiles enemigos antes que ser atacados y tener entonces que disparar a personas en respuesta. Quiero repetir, con toda la fuerza que sea capaz, que la defensa es mejor que la represalia.”
Edward Teller,
Primer Director del Laboratorio Livermore.

    Un dogma que emergió desde las fases iniciales de la Guerra Fría y se fue consolidando a medida que el desarrollo tecnológico intensificó el poderío nuclear, tensionando aún mas las relaciones entre potencias, lo constituyó, sin duda, la convicción de que era necesario evitar a toda costa una guerra en la que ningún agresor podría asumir el riesgo del rápido y terrible contraataque. Estados Unidos poseía misiles; la Unión Soviética también... Si unos disparaban, los otros indefectiblemente habrían de responder y cada ataque sería letal y sus consecuencias, devastadoras.

    Es, en resumen la premisa que supone la Doctrina denominada MAD: Mutual Assured Destruction y que ha acompañado la incómoda paz mantenida entre las superpotencias por casi medio siglo.

    En su momento y siendo Mc Namara Secretario de Defensa estadounidense, las implicancias de dicha doctrina fueron estudiadas en detalle a fin de medir su veracidad. El resultado de este estudio, conocido como el “criterio Mc Namara”, estimaba que el tamaño del arsenal nuclear suficiente para destruir a cualquiera de las dos superpotencias era de 400 megatones dirigidos contra las ciudades principales y los centros industriales más importantes. Un ataque de tal magnitud provocaría la muerte de un tercio de la población y la devastación de un 75% de la capacidad industrial del país, datos elocuentes y que hablan por sí mismos... .

    Cuarenta años después de haberse iniciado la carrera armamentista nuclear, un informe aseguraba que el mundo producía y mantenía 40 veces más armas que las necesarias para causar el daño mencionado .

    Dicha doctrina estratégica que, cuanto menos, es posible afirmar que resultó exitosa, se basaba en los efectos psicológicos de las armas nucleares. Ello implicó que su lógica de funcionamiento era el temor tan intenso a las represalias del adversario, que ninguna de las partes se hubiera atrevido a atacar en primer término .

    A tal fin, se hizo necesario arribar a una serie de acuerdos que consolidasen de algún modo el precario equilibrio del terror. Esto se logró en virtud de una serie de sendos compromisos, asumidos por las potencias dominantes, de acortar las brechas existentes, evitando ventajas estratégicas desestabilizadoras.

    La intención estaba fundamentada en la necesidad de que cada parte se considerase indestructible ante un primer ataque y ese remanente de poder sobreviviente se instituyese en una garantía de réplica de magnitud similar.

    La capacidad de supervivencia  a  este primer ataque se encontraba integrada por un complejo sistema de armas y de aptitudes complementarias, de entre las cuales se destacaba una eficiente capacidad de alerta temprana aeroterrestre, espacial y de reacción inmediata, que permitía responder masivamente antes que los primeros misiles adversarios alcanzaran los blancos propuestos.

  En 1972, se firmó un tratado, conocido como el Tratado de los Misiles Antibalísticos, o ABM, que constituyó la culminación de años de conversaciones denominadas SALT-I, entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, respecto de la limitación de armas estratégicas . La idea subyacente era no estimular aún más la carrera armamentista y evitar la construcción de un sistema defensivo que anulase la capacidad de destrucción de los arsenales enemigos, echando por tierra el frágil esquema de la disuasión.

    Este tratado se complementa en la lógica de la disuasión, en primer lugar, con otros que sin duda son afines a la citada lógica. En primer lugar, es menester mencionar  el TNP o Tratado de No Proliferación Nuclear. Es este un acuerdo casi universal, con 187 países signatarios, de lograr un desarme global y completo y consiste, indudablemente, en el logro más impresionante y exitoso en el área de la diplomacia nuclear.

    En segundo lugar, el Tratado de Prohibición completa de Pruebas Nucleares o CTBT, es considerado también como accesorio del ABM, ya que al ser los ensayos factor esencial de cualquier innovación nuclear, este tratado tiene un impacto directo sobre la desaceleración de la carrera armamentística.

    Lo que el tratado ABM prohíbía, en líneas generales, era desplegar (no así investigar, desarrollar y probar) sistemas defensivos antimisiles sobre plataformas fijas en tierra que sirvan para defender totalmente el territorio de ambos países. De igual modo, prohíbía desarrollar, probar o desplegar sistemas defensivos o sus componentes que sean espaciales o vayan sobre plataformas móviles. A la luz del mismo, se hallaba permitida un área, considerada protegida, de lanzadores antimisiles con cien misiles, cuyo fin consistía en ofrecer a cada nación la posibilidad de defender un objetivo de los ataques con misiles intercontinentales de cabeza nuclear. Mientras Estados Unidos eligió los silos de misiles en Grand Forks, Dakota del Norte (asegurándose de tal modo su capacidad de respuesta); Rusia optó por proteger Moscú, en la apuesta por mantener su capacidad de dirección política  .

    Tal tratado que, de alguna manera se erigió en piedra angular de la disuasión nuclear y de la política de control de armamentos, ha sido recientemente denunciado por los Estados Unidos en el marco de la estrategia global pergeñada por Washington desde los inicios de la presente administración. Bush y su gabinete manifestaron entender que el Tratado en cuestión es un anacronismo, una reliquia de la Guerra Fría. Asimismo afirmaron en forma reiterada que, en el actual entorno cambiante, se han hundido los cimientos del orden estratégico que presidió el período anterior.

    Dentro de todo orden estratégico se puede constatar la existencia de diversos elementos, normas y principios de carácter estratégico que, entrelazados entre si, regulan este orden; una estructura estratégica, integrada por la distribución y organización de los medios de acción; una forma estratégica, como molde de la acción estratégica a desarrollar y una organización estratégica, entendida como el resultado de una acción ordenadora (normalmente un empleo de las estructuras disponibles mediante una adecuada forma, en el marco de un sistema dado) . 

    Hoy es evidente que los elementos, las normas, los principios, e inclusive los medios de acción han cambiado y se ha producido, en consecuencia, una mutación en el sistema de la disuasión. Son muchas y diversas las razones que han contribuído a este cambio.

    De todos modos, la situación en cuyo contexto se postula el despliegue del Escudo Antimisiles es absolutamente distinta a la existente durante la Guerra Fría. El escenario actual carece de la disciplina que imponía la estructura bipolar de la etapa previa. Las condiciones actuales de seguridad, icluídos tanto los desafíos como las oportunidades, no se asimilan a las del pasado, ni aún reciente. Desde el punto de vista de Estados Unidos, los adversarios de la magnitud de la Unión Soviética han sido sustituídos por una nueva índole de amenazas, más diversas y menos previsibles, como es el caso  del terrorismo internacional.

    Por otro lado, la proliferación de protagonistas con capacidad o potencial de poder utilizar misiles balísticos se ha tornado imparable y el peligro químico, bacteriológico o nuclear se halla por doquier. 

    La administración de Bush alega respecto al grave problema de la dispersión de tecnologías nucleares, como así también de la adquisición de capacidades balísticas por parte de potencias menores y otros actores internacionales, que el mayor peligro es que dentro de este grupo “innovador” se concentran Estados que dicha administración califica como “parias” o “ilegales” (rogue states). Dichos actores, que actúan al margen del derecho internacional, no vacilan en amenazar o emplear la fuerza para lograr sus objetivos políticos, territoriales e ideológicos. Tal sería el caso de Corea del Norte, Irán y fundamentalmente, Irak, entre otros. 

    En las Declaraciones Inaugurales de la Comisión de Servicios Armados del Senado, Rumsfeld ha afirmado “es este un mundo de amenazas menores, pero en algunos aspectos mas mortíferas; la capacidad para defendernos a nosotros y a nuestros amigos contra ataques de misiles y otras armas de terror puede fortalecer la disuasión y proveer un complemento importante a nuestras capacidades puramente de represalia” , afirmando asimismo: “La disuasión nuclear sigue siendo un elemento esencial de nuestra política de defensa. La credibilidad, seguridad, confiabilidad y eficacia de la disuasión nuclear del país deben seguir siendo incuestionables. Pero se la debe adaptar a las necesidades del siglo XXI” .

    Tal parecería que  la estrategia de la disuasión, entendida como destrucción mutua asegurada y represalia masiva, ha quedado obsoleta. No sucede lo mismo con el concepto específico de “disuasión”, que sin perder su vigencia, parece retornar en respuesta  a demandas diferentes. Hoy se busca disuadir a potenciales agresores imprudentes e irracionales de amenazar o emprender cursos de acción hostiles, y al mismo tiempo, seguir siendo capaces de frustrar la agresión .

A fin de comprender como ha evolucionado dicho concepto, debe tenerse en cuenta que la disuasión es definida como  “el intento de un actor para evitar que otro tome un curso de acción desfavorable al primero. Para lograrlo, el primer actor amenaza con infligir daños inaceptables al otro, si este último procede con el curso de acción intolerable para el primero”. La disuasión, así entendida,  puede adquirir una modalidad ofensiva, que fue efectivamente la puesta en práctica durante el período de Guerra Fría, como puede también ser esgrimida en tanto pauta defensiva. En este último caso “se niega al oponente la posibilidad de una victoria rápida y poco costosa. Requiere medidas de defensa civil, dispersión de la industria, previsiones para luchar contra el invasor dentro del propio territorio y capacidad para neutralizar la acción de sus armas estratégicas antes de que impacten en blancos propios”. En ambos supuestos, sea que se haga referencia tanto a la disuasión ofensiva como a la defensiva, esta debe cumplir ciertos requisitos, a saber, capacidad, comunicación y credibilidad. La capacidad implica que para disuadir no basta con poseer planes o doctrina militar, sino que es imprescindible disponer de medios físicos para poder concretar la amenaza. Para que la  capacidad sea conocida por el adversario, es preciso el segundo requisito que sirve además para que el actor disuasor comunique al actor por disuadir, los modos de acción que el primero considera inaceptables y que de ser utilizados, han de dar lugar al cumplimiento de la amenaza. En cuanto a la credibilidad, pone de relieve la importancia de la declaración de uso e intención, como señalización entre las partes, intención que no debe ser solamente conocida, sino fundamentalmente creída .  

    En este sentido cualquier alternativa diseñada en el ámbito de la seguridad que no contemple la vulnerabilidad de la población y el territorio norteamericanos aparece como carente de seriedad para la administración actual. Para ser eficaz, la estrategia a desarrollar debe abarcar una amplia gama de políticas y programas que incluyan tomar la iniciativa para evitar y contrarrestar la proliferación y reducir la amenaza, a la par que conservar una capacidad de respuesta necesaria para mitigar la consecuencia del uso de armas de destrucción en gran escala. Esta estrategia exigirá la observancia de ciertas pautas: mantener y mejorar las relaciones de alianza fundamentales, el compromiso a asegurar un orden internacional estable, ofreciendo garantías a los países aliados sobre los intereses de seguridad comunes; resolver los retos; reestructurar la política exterior, a fin de integrar mejor todas las fuentes de influencia a disposición y reformular conceptos y métodos en consecuencia .

    Desde el punto de vista de Washington, el Escudo Antimisiles, aunado a una reformulación de la doctrina militar (que se analizará en el acápite correspondiente),  resulta una alternativa razonable. Desde esta perspectiva,  la política de seguridad resultaría una combinación de capacidades ofensivas y defensivas, donde la existencia de estas últimas denegaría  a los adversarios potenciales, la oportunidad y los beneficios de una amenaza creíble de destrucción masiva, por medio de ataques misilísticos, ya sea contra el mismo territorio de Estados Unidos, o contra el territorio de sus aliados.

    Esto implica, en cierto sentido crear un nuevo escenario estratégico, donde las defensas desempeñen el papel disuasivo de conflictos, antes patrimonio exclusivo de la eficacia ofensiva.

    La posesión de un sistema antimisiles, proporcionará, indudablemente, el elemento necesario para acceder a una posición privilegiada en el balance estrátegico, cualquiera sean las características que configuren al mismo. 

    Mas, lo que tal vez los análisis oficiales no tienen en cuenta es  la precariedad de tal privilegio. Un avance tecnológico de la magnitud señalada, implicaría la posibilidad de acarrear una nueva carrera armamentística en la búsqueda de vulnerar el sistema y alterar la ecuación político-estratégica en el nivel global. No debe olvidarse que, en el marco reseñado, las armas de destrucción en gran escala y los misiles se han convertido en armas de elección, no de último recurso como eran consideradas anteriormente. En virtud de lo cual la posibilidad del uso de estas armas, incluso al comienzo de un conflicto para configurar el campo de batalla estratégico- político, es tanto mayor ahora que en el pasado.


Capítulo III:
Antecedentes: El viaje sin retorno.

“Pido a la comunidad científica que nos dio las armas nucleares que vuelquen su gran talento en la causa de la humanidad y de la paz mundial: pido que nos doten de los medios para convertir estas armas nucleares en impotentes y obsoletas.”
Presidente Ronald Reagan,
23 de Marzo de 1983.

“Estoy comprometido a que exista un poder disuasorio creíble con el menor número posible de armas atómicas. Mi meta es reducir rápidamente las fuerzas nucleares”
Presidente George W. Bush,
2 de Mayo de 2001.


    La historia de un sistema defensivo, en principio destinado a enfrentar la tecnología nuclear soviética, se remonta a unos 20 años atrás para ligarse íntimamente a la figura de Ronald Reagan, entonces Presidente de los Estados Unidos. 

    A su vez, su misma historia personal  había empezado tiempo atrás en 1967, cuando recién elegido Gobernador del Estado de California, visitó el Laboratorio Nacional de Livermore, fundado 15 años antes por Edward Teller. Livermore es una de las  dos instalaciones federales  con que cuenta Estados Unidos para el diseño de armas nucleares. No produce misiles en cadena, sino que es el lugar donde se idean las armas, se esbozan en pizarras y se modelan en computadores. Este laboratorio es considerado líder en el terreno de la investigación con fines bélicos.

    Poco tiempo después, en el transcurso del mismo mandato, Reagan visitó el Centro de Alerta Estratégico (NORAD) de Estados Unidos. La imagen simulada por ordenador de la destrucción de las ciudades norteamericanas, aunada a  la imposibilidad de defenderse ante un ataque nuclear, le causó un profundo estupor.
  
  Tales fueron los antecedentes del proyecto que se iniciaría el día 23 de marzo de 1983. En esta fecha y siendo ya presidente del país, dirigió un dramático mensaje a sus conciudadanos en el que proclamaba su intención de promover el desarrollo de un sistema defensivo contra las actuales armas nucleares de modo tal de convertirlas en “impotentes y obsoletas”.

  Este anuncio constituyó el punto de partida de la SDI: Strategic Defence Intiative, conocida popularmente como “Guerra de las Galaxias”, tal como la denominara el Senador Edward Kennedy, en notoria alusión al conocido film de ciencia ficción estrenado unos años antes por George Lucas.

    La Iniciativa de Defensa  Estratégica  trataba de desarrollar un sistema de vigilancia y de intercepción global basada en satélites que cubriría toda la superficie terrestre a proteger y, al detectar cualquier misil balístico hostil, procedería a su inmediata destrucción fuera de la atmósfera.

    Este proyecto se inscribía dentro de una lógica estratégica defensiva que implicaba, indudablemente, la ruptura definitiva del equilibrio estratégico nuclear, es decir se desmantelarían hasta los cimientos de la doctrina de disuasión explicada en el acápite precedente.

    Más para aquellos que se encontraban a favor del despliegue de la SDI, esta creaba las condiciones que, en el conflictivo proceso político Este - Oeste, haría posible que Estados Unidos recuperara la iniciativa estratégica, que le permitiría llevar a cabo un ataque nuclear en condiciones evidentemente ventajosas. Por otra parte, los opositores al desarrollo del proyecto adujeron que este, en lugar de alejar las probabilidades de una guerra nuclear, la convertía en viable.

    En realidad la pretendida consecución de la invulnerabilidad de los Estados Unidos, frente a un ataque nuclear no resultaba completamente nueva. Ya durante los años '50, '60 y '70, se habían desarrollado diversos proyectos defensivos de nombres sugestivos como Defender, Bambi, Sentinel o Safeguard, los cuales se basaban en interceptadores exoatmosféricos, portadores de una cabeza nuclear de 400 kilotones que al detonar, eventualmente destruyeran los misiles atacantes .

    El último de estos, el Safeguard, con un costo de 5.700 millones de dólares, se levantó finalmente en los años ‘70 en el extremo más septentrional de Dakota del Norte. Sin embargo, como sus predecesores, fue considerado defectuoso. Sus proyectiles nucleares de mayor altitud, no solo hubieran pulverizado los misiles soviéticos sino que, asimismo hubiesen bañado al país con fuertes olas electromagnéticas, inutilizando los radares del sistema y estropeando las comunicaciones y ordenadores en toda la nación . Este proyecto se abandonó cuando aún no había transcurrido un año desde su inicio.

    A diferencia de estos, el modelo de la SDI debería contener varias capas desplegadas en el espacio y ser capaz de defender 3.500 objetivos con una efectividad del 100% contra misiles soviéticos.

    La posibilidad técnica de cumplir con dicho objetivo contó con mayores expectativas a partir de noviembre de 1980, con el primer ensayo de un nuevo tipo de artefacto. En el terreno de pruebas nucleares de Nevada se logró que una bomba nuclear produjera, durante la explosión, poderosos haces de rayos X. Este láser, junto a las llamadas armas de tercera generación , son pasibles de controlar de modo tal que se guíe su curso a lo largo de enormes distancias a través del espacio, creando la posibilidad de destruir los misiles antes de que estos puedan descargar sus cabezas de combate.

El proyecto de construir la defensa mediante un sistema escalonado, tenía la ventaja de que cada capa sería capaz de actuar independientemente, intentando neutralizar los proyectiles que puedan escapar a los anteriores escalones. En principio la idea consistía en actuar sobre territorio enemigo, interceptar los misiles en la fase de despegue o Defensa en segmento Inicial o de Aceleración; la segunda instancia estaría constituída por el espacio, donde la intercepción tendría lugar en el medio curso, o Defensa en segmento Intermedio y por último, de fallar las anteriores, se interceptaría las cabezas de combate en el tramo final de su trayectoria, o Defensa en segmento Final o “en el blanco”.

Pese a haber invertido un promedio de 4.000 millones de dólares por año en la concreción de este proyecto, en 1987, cuatro años después de una presentación tan promisoria, fue excluído de la agenda. Las razones que obligaron a la administración republicana a adoptar esta decisión,  definición difícil, ya que la materialización del Escudo Antimisiles había sido asumida por el presidente Reagan como uno de sus más importantes objetivos estratégicos, fueron fundamentalmente los obstáculos técnicos. De absoluta relevancia para arribar a esta decisión, fueron las conclusiones del informe elaborado por un grupo de estudio de la Sociedad Norteamericana  de Física sobre la “Ciencia y la tecnología  de las armas de energía dirigida”. 

Dicho Comité, compuesto por 15 miembros reconocidos en el ámbito académico, trabajó arduamente durante un año y medio, accediendo a documentación clasificada y recibiendo asesoría permanente de agencias del gobierno, laboratorios nacionales y contratistas privados. Las conclusiones  obtenidas resultaron contundentes: “La mayor parte de los elementos esenciales para un sistema de armas de energía dirigida necesitan mejoras de varios órdenes de magnitud”... “...se necesitaría una década o más de investigación intensa  para conseguir el conocimiento técnico necesario para una decisión informada sobre la efectividad potencial y la capacidad de supervivencia de los sistemas de energía dirigida”  “La solución exitosa de estos asuntos es crítica para la extrapolación hacia los niveles de funcionamiento que se requerirán en un sistema de defensa antibalística  efectivo” .   

Ello, aunado al alto costo provocó que muchos de los conceptos antimisiles acuñados hasta entonces resultaran abandonados por su inviabilidad factual. Sin embargo,  la SDI obligó, en opinión de algunos, a Gorbachov a reconocer la imposibilidad de una debilitada URSS para seguir el ritmo impuesto por Washington.

Otro mérito atribuible al proyecto en cuestión es, sin duda, la influencia en los avances más significativos en materia de limitación de armas nucleares de los años '80, fundamentalmente los llamados tratados START.  

Por último, y de allí la importancia que la SDI asume a los fines de este trabajo, resulta pertinente resaltar que las investigaciones sobre la tecnología desarrollada en virtud de dicha iniciativa, como los avances tecnológicos propiamente dichos no se diluyeron en el vacío al definir la administración de Reagan el cese del proyecto. Por el contrario, tales avances se convirtieron en condición sine qua non para que surgiera la actual propuesta que, ampliando el espectro mencionado, mantiene los lineamientos básicos de tal proyecto. 

Esto implica diferenciar dos elementos:
en principio el elemento de continuidad que ha mantenido viva la idea de una defensa misilística  por casi dos décadas y a través de entornos, internos y externos, sumamente disímiles.
El elemento restante es el del cambio que implica que hoy la tecnología ha avanzado de modo considerable, de forma tal que lo que hace menos de 20 años era cuando no imposible, por lo menos de dudosa concreción, se torna en el contexto actual,  viable.

De hecho, en el año 2000 fue creada por el Departamento de Defensa  la Comisión Welch, con la misión de evaluar el estado de la NMD. Las conclusiones a que arribó dicha Comisión, corroboran lo mencionado en el sentido de considerar plausible, el desarrollo de un Sistema Antimisiles limitado, basado en tierra.

Capítulo IV:
Cambios Conceptuales: El apogeo del conocimiento...

"Cada tiempo tiene sus formas peculiares de guerra... cada uno poseerá también por eso su propia teoría de la guerra".
Karl Von Clausewitz, De la Guerra.

Al hacer mención de un cambio teórico - conceptual, se torna preciso aclarar las condiciones coyunturales en que dicha transformación tiene lugar. Al hacerlo de este modo, es decir encuadrando, esta transformación en el marco de la metamorfosis que en el transcurso de poco más de 10 años ha sacudido al universo de las relaciones interestatales, la primera deviene casi consecuencia lógica y predecible de esta última.

El ámbito de la seguridad y entendiendo por tal, específicamente, a lo relacionado con el área estratégico militar, ha constituído para Estados Unidos, desde que la política exterior de ese país empezó a contar con peso propio en el escenario internacional, un punto nodal en su agenda. Mas no siempre las motivaciones han sido las mismas, ni tampoco los objetivos y contenidos asignados.

Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos se encontró en una situación que por ventajosa que pudiera parecer, no dejaba de resultar compleja. Elevado de repente a la situación de superpotencia, compartía esta enorme carga y responsabilidad con un país tan diferente de si mismo como era la Unión Soviética. Sistemas de características tan disímiles, con visiones globales sumamente contrapuestas, no podían generar otra cosa que el profundo antagonismo, que finalmente derivó en la situación de fricción constante y peligro potencial que describen al período de Guerra Fría.

En este contexto, la temática de la seguridad estratégico-militar va a adquirir una relevancia cada vez mayor, convirtiéndose en el eje alrededor del cual van a girar los restantes ítems de la agenda, cualesquiera sean estos. Es decir, la situación imperante en el ámbito internacional dota a la agenda internacional de una absoluta jerarquización, encontrándose en el punto cúlmine de la misma todo aquello relacionado a la seguridad estratégico militar, ámbito al cual se subordina lo político, lo económico, lo social.

El establecimiento de dicha prioridad y el desarrollo de los asuntos mundiales bajo tal égida, van a encontrarse signados por la impronta, tanto de la Unión Soviética como de los Estados Unidos.

Ambos países contaron con una gran capacidad, tanto a nivel económico como en el campo de la tecnología, que les permitió embarcarse en una carrera armamentística  que de algún modo alteró los presupuestos tradicionales sobre la guerra que se sostenían básicamente sobre la existencia de modelos convencionales. 

Estados Unidos, particularmente, concibió a la Guerra Fría como una lucha global, la cual requería medios para enfrentar a las fuerzas enemigas en todas las regiones del planeta. Es posible exponer al respecto, lo que se conoció como la Doctrina de las “dos guerras y media”, la que surgió antes de comenzar la década de los ´70. Dicha política implicaba que la política de defensa estadounidense preveía una eventual guerra contra la URSS, otra del mismo tipo contra China y al mismo tiempo una tercera, reducida  a una dimensión regional, contra países enemigos cuya capacidad distara de ser comparable a la de los dos grandes. Esta doctrina se transformó, al consolidarse el distanciamiento entre la URSS y China , en la posibilidad de “una guerra y media”. Sin duda estas previsiones se corresponden con el momento histórico en que fueron concebidas, de modo tal que podrían entenderse como correlato o consecuencia lógica de la evolución de la Contención, en tanto código geopolítico que primó en la política exterior de Estados Unidos en la era de posguerra. Cabe entonces recordar que en el período a que se hace referencia, la política exterior norteamericana experimenta un cambio de estrategia que repercute en su política de defensa. Se transita desde la estrategia de “respuesta flexible”, articulada por las administraciones Kennedy-Johnson, la cual conformó el enfoque estadounidense desde 1961 hasta 1969, hacia la “Detente”, propuesta por Nixon- Kissinger, a principios de la década de 1970 y continuada por Ford y Carter hasta la invasión de Afganistán, a fines de 1979 . Mas, en cualquiera de estos casos, prevaleció la idea que, de desembocar la frágil situación en un conflicto de carácter bélico, el teatro principal de operaciones sería el europeo, es decir donde se hallaban la mayor parte de los países pertenecientes tanto a la OTAN como a su contraparte, el Pacto de Varsovia.

En virtud de ello, las fuerzas armadas de los Estados Unidos fueron estructuradas para una guerra terrestre de gran envergadura, que ameritara gran cantidad de tanques y artillería pesada, fáciles de transportar debido a las bases  con que contaba este país en Europa.

El fin de la Guerra Fría hizo necesario revisar tal esquema. En 1991, es decir apenas finalizado este período, la administración Bush hizo publicar un documento titulado “Base Force Review”, el cual advertía que la posibilidad predominante en ese entonces era el enfrentamiento a “dos conflictos regionales mayores” (Major Regional Conflicts). Luego, la administración Clinton  confirmó dichas tendencias mediante la publicación en 1993 de la Bottom-Up-Review y, posteriormente, en 1997 de la Quadriennal Defense Review, donde los conflictos previstos fueron caracterizados como “Teatro de Guerras Mayores” (Major Theater Wars) .

El contenido de estos documentos  confirma que Estados Unidos estima que ya no tendrá que afrontar ni una guerra masiva y prolongada en Europa Central, ni en otras latitudes. Por el contrario, el escenario más probable es el  desarrollo de  campañas cortas pero intensas en lugares dispersos del planeta. Razón por la cual la idea predominante es desarrollar medios rápidos de intervención y de transporte, a partir de bases situadas en el mismo territorio de Estados Unidos. En este sentido, resulta lógico que Bush priorice fuerzas de combate flexibles y de fácil despliegue. El Presidente puso en relevancia tal objetivo al declarar que el fin al que apunta la política de defensa pergeñada, es hacer “nuestras fuerzas terrestres más livianas. Nuestras fuerzas livianas más mortíferas”, “las fuerzas aéreas más aptas para atacar con gran precisión en cualquier lugar del mundo”, y las “ fuerzas navales capaces de proyectar en los océanos nuestro poder terrestre. En el espacio, protegeremos nuestra red de satélites, esenciales para la defensa de nuestros intereses comunes” .

Por su parte y en consonancia con esto, el entonces candidato a Vicepresidente Richard Cheney ya afirmaba durante la campaña electoral, en agosto de 2000, que “el problema consiste en definir nuestros intereses  estratégicos, los que justifican la movilización de recursos y la eventual pérdida de vidas estadounidenses” .

Tal definición se realizó a la brevedad y el contenido de la estrategia que de ella derivó es el esquema de defensa basado en los tres pilares analizados en el primer acápite, cuyos presupuestos eran el americocentrismo, la disponibilidad de fuerzas para el despliegue y la búsqueda de la supremacía perpetua. Al retomar el análisis de dicho esquema, el interés en cuanto a objetivo general y de más amplio alcance, recae en el tercer componente de esa estrategia, cual  es la voluntad de preservar  a largo plazo la supremacía militar. Condición sine qua non de dicha premisa, constituye la enorme superioridad de que dispone actualmente Estados Unidos y que ninguna potencia podrá cuestionar en las próximas décadas.

A fin de preservar tal primacía y, asimismo, proyectarla a través del mundo y del tiempo, Estados Unidos piensa aprovechar, a cualquier costo, el potencial científico y técnico con que cuenta el país, con el objeto de mantener una posición de predominio en cuanto a la generación de medios, ofensivos y defensivos, ante el surgimiento de cualquier eventual conflicto, sin contar el elemento disuasivo que frente a los potenciales adversarios contenga dicho planteamiento.

El marco ideológico que va a dominar la revisión en curso, lo constituye la RMA o “Revolución en los Asuntos Militares”, fruto del debate estratégico de la década de los ´80 que buscaba, a través de las tecnologías emergentes, un modo de superar la inhibición estratégica de la dialéctica nuclear. Tal concepto de revolución militar se torna favorable a una redefinición de la guerra que haga hincapié en las más altas tecnologías a la vez que, fundamentalmente, en su acertada aplicación, lo que implica que el empleo de dichas tecnologías se combinen con cambios doctrinales y orgánicos, asimilados adecuadamente por personal altamente calificado y motivado . Respecto al elemento tecnológico, es posible mencionar las municiones guiadas, satélites y medios de reconocimiento aéreo sofisticados, la robotización y, coronando todo ello, el paraguas antimisiles denominado NMD. Indudablemente, cabe afirmar que el Escudo Antimisiles se erige en elemento clave de la aritmética del poder que alimenta  a la estrategia de supremacía permanente, o dicho de otro modo, de hegemonía a nivel mundial .

El concepto central que acuña la ya mencionada RMA es el de “control estratégico”, doctrina que implica la permanente identificación de la situación del adversario a fin de reducir su poder mediante la destrucción planificada de sus capacidades militares, industriales y políticas, llegando al extremo de aniquilarlas si ello se tornara imprescindible para obtener su retroceso o capitulación. De este modo, el objetivo de la acción militar se fijará en alcanzar un estado final en que la posición de ventaja quede tan clara, que la negociación posterior pueda llevarse a cabo en las mejores condiciones posibles, es decir una situación en la que colapse la voluntad de resistir del adversario .

Esta doctrina, según afirman sus ideológos , es pasible de aplicar a modo de respuesta frente a toda forma de conflicto, ya que concibe su utilización en virtud de diversas variables. Es decir, se adecua al tipo de adversario, de su población, de su poderío estratégico, de su infraestructura, de su régimen político, entre otras variables de similar importancia y que hacen a la flexibilidad del concepto. Las capacidades que la RMA ofrece, a través del  impulso de las tecnologías de mando y control, mediante satélites, sensores y ordenadores, para detectar todo aquello que pudiera revestir interés militar en un teatro de operaciones permitirá disponer, como es presumible, de un instrumento de ventaja sobre cualquier posible adversario. Ello permitirá hacer transparente en tiempo real el escenario de la contienda para las fuerzas propias, conservándolo opaco para el enemigo. 

Por otro lado, tanto los partidarios como los artífices de la RMA, exponen la vinculación existente entre esta y la formulación de la iniciativa de Defensa Antimisiles. Se afirma como justificación de la misma, que el poder aeroespacial estadounidense supone nada menos que la invulnerabilidad de su territorio, además del énfasis puesto por la doctrina mencionada en las armas inteligentes y de gran precisión y largo alcance, elementos que, aunados a la posibilidad de utilizar el ciberespacio como campo de batalla a largo plazo y el espacio exterior a corto plazo, encajan perfectamente en la arquitectura de la NMD. Tal proyecto se revela necesario y dicha opinión es compartida por la actual administración  republicana, a partir de la amenaza potencial que significa la existencia de ciertos Estados que, empero su capacidad militar limitada, podrían alcanzar el suelo norteamericano con misiles de mediano y largo alcance .

Llama la atención las similitudes que muestra dicha doctrina respecto de los conceptos acuñados por los ideólogos de la denominada “Tercera Ola”. Estos, Alvin y Heidi Toffler, desarrollaron sus conceptos básicos en el libro del mismo nombre que fuera publicado en 1980. Esta obra afirma que la revolución agrícola de 10.000 años atrás lanzó la primera ola de cambio transformador en la historia humana; que la revolución industrial de hace 300 años desencadenó una segunda ola y que la época actual experimenta el impacto de una tercera, cuyo factor clave lo constituye el conocimiento . También Peter Drucker planteará que ingresamos a una nueva etapa o tercer escalón, en el cual, el actual salto tecnológico deja atrás a la revolución industrial; tras el momento del hardware, asistimos al knowware o momento del conocimiento aplicado: la era de la Sociedad del Conocimiento. Tal situación determina una modificación fundamental de la naturaleza del poder en las relaciones internacionales, donde la información y la cultura para procesarla tienen cada vez más importancia en tanto instrumentos de poder. Es indudable que esto brinda una ventaja comparativa para aquellas sociedades que hayan acumulado conocimiento científico y tecnológico . Cabe destacar que, en la teoría pergeñada por los Toffler, cada una de estas olas trajo consigo un nuevo tipo de civilización .

Si bien los cambios a los que la misma se refería en la obra citada se referían primordialmente a aspectos económicos y sociales que condicionan la vida humana, pronto se evidenció que la actividad bélica estaba lejos de resultar inmune a dicha metamorfosis. Tal es la razón de la adaptabilidad de esta teoría al tema en cuestión. El mundo se halla en una especie de estado transicional, que escapa cada vez más a los cánones de la era industrial para penetrar en un nuevo período, donde el nuevo quehacer económico se basa en los conocimientos, más que en las materias primas convencionales y en el esfuerzo físico. Este cambio notorio en la economía mundial sin duda aporta, en consecuencia, una revolución paralela en lo que respecta a la naturaleza de la actividad bélica. Otros teóricos, como es el caso de Castells y Paul Kennedy, se hacen eco de esta relación, afirmando que la sociedad que surge a partir del impacto tecnológico (que uno denomina ciudad dual, en tanto el otro la llama Estado de Bienestar) tiende a buscar un modelo de seguridad, una suerte de Estado militarizado, que lleva al desarrollo de tecnologías de defensa y a grandes costos para su mantenimiento. Afirmando la relación inversa, cabe destacar que sin el desarrollo de la Iniciativa de Defensa Estratégica, el complejo Silicon Valley y la revolución de la microelectrónica surgida desde los laboratorios de investigación para uso militar, no hubiera podido ser potencializada y reencauzada al mercado. En ambos casos resulta significativa la interrelación Investigación y Desarrollo, en tanto condicionante para el emprendimiento de una política industrial adecuada a la era de la información .

De algún modo, es posible deducir que las mismas fuerzas que transforman lo económico y lo social, transforman también en íntima relación, el modo en que se desarrolla la guerra. Si se acepta esta premisa, asimismo se debe aceptar que buena parte de lo que se sabe acerca de la guerra y de la paz en la actualidad, es ya anticuado. Lo que no implica que tal conocimiento sea obsoleto, sino que fue diseñado según categorías propias de otra época, especifícamente en función de la Guerra Fría y debe, por lo tanto, ser aggiornado. Ahora bien, el modo en que se va a producir dicho aggiornamiento se torna un tanto impreciso. La dificultad estriba en que el cambio no es total. En el pasado no se ha transitado desde un mundo absolutamente abarcado por la azada hacia otro, absolutamente abarcado por la cadena de montaje, si bien han dominado una y otra respectivamente, cada período. De igual modo, la civilización entrante, en tanto se halla simbolizada por el ordenador, mantiene características de la primera y de la segunda. Estas tres civilizaciones, tajantemente separadas, crean una estructura de poder donde se mantienen en constante contraste y competencia. Esta situación es lo que, desde esta teoría, se denomina trisección o mundo trisecado .

La trisección determina el contexto en el cual, a partir de ahora, se librarán la mayoría  de las contiendas. En particular, la mezcla de elementos de la segunda y la tercera ola proporcionan a cada país de tecnología avanzada su propia formación característica.

En lo que respecta al campo específicamente militar, solo resulta posible pensar en términos de nueva civilización, cuando se produce un cambio de magnitud suficiente como para alterar los presupuestos existentes. La implicancia de tal situación obliga al aparato militar del país en cuestión, a un cambio simultáneo en cada nivel, desde la tecnología y la cultura a la organización, la estrategia, la táctica, el adiestramiento, la doctrina y la logística.

Los grandes cambios, quizás en virtud de su misma magnitud, pueden abarcar largos procesos, si se los mide en términos temporales. Fue en 1957, tan solo 12 años después de la fabricación de la primer arma nuclear, que saltó al cielo el Sputnik, el primer satélite enviado al espacio. Este hecho abrió a las operaciones militares una región enteramente inexplorada. Actualmente el espacio ha  transformado las acciones militares terrestres en términos de vigilancia, comunicaciones, navegación, metereología y cien cosas más . Es plausible afirmar que no ha habido progreso anterior comparable a este acontecimiento, por sus consecuencias en el largo plazo.

Asimismo cabe destacar que, en un período relativamente breve en comparación con otros procesos transicionales más remotos, de aproximadamente treinta o cuarenta años, sobrevinieron estos cambios de naturaleza cualitativa que acompañaron el inicio del proceso de decadencia de la civilización entonces dominante en la tierra, es decir la civilización de la segunda ola, basada en la industria.

En virtud del estado de la estructura militar al presente y al margen de la letalidad de las armas espaciales, cabe afirmar que apenas si existe algún punto del planeta que pueda escapar al alcance de los misiles intercontinentales, portaaviones, submarinos, bombarderos de largo radio de acción reabastecidos en vuelo o de una combinación de estos y de otros sistemas bélicos. No solo con el alcance, sino también con la velocidad sucede algo similar. En 1991 el Departamento de Defensa de Estados Unidos dió a conocer su láser químico Alpha, capaz de producir una potencia de un millón de vatios, como parte del desarrollo de su Sistema Antimisiles. Apuntado correctamente, el láser con su altísima velocidad cercana a la de la luz, puede alcanzar un misil enemigo .

Sin embargo, no son tan solo los medios para hacer la guerra, sino también los objetivos los que han evolucionado en el mismo sentido . A diferencia  de Sun-Tzu, quien sostenía que el general más afortunado era el que lograba sus fines sin combatir o con pérdidas mínimas, Clausewitz, quien es considerado padre de la estrategia moderna, enseña una lección diferente cuando afirma que “la guerra es un acto de violencia llevada a sus límites extremos”. Esta premisa se ha visto reflejada a través de las contiendas de la era industrial . 

En cuanto a la tercera ola en ciernes, establece fines tan disímiles como los avances tecnológicos lo permiten. Así el objetivo general puede definirse como: asumir la iniciativa y disponer de mayor información y capacidad de comunicación más avanzada, de soldados más preparados y motivados, es decir, factores intangibles tanto más difíciles de cuantificar que los que determinaban el equilibrio militar en la etapa anterior.

El objetivo mencionado asume la existencia de una cierta capacidad de precisión  que permite apuntar a la destrucción planificada de capacidades militares, industriales y de mando, tal cual lo prevé, como se analizó anteriormente, la doctrina de la RMA a que adhiere la administración  norteamericana al presente. Dicha precisión, permitiría además una considerable reducción de los daños colaterales.

En este sentido cabe nuevamente hacer hincapié en la relevancia asignada al factor conocimiento. Este llega inclusive a rivalizar en importancia con las armas y la táctica, tornando verosímil la idea de que es posible doblegar a un enemigo principalmente a través de la destrucción y el quebrantamiento de sus propios medios de control.

El componente del conocimiento se hace presente en la contienda, básicamente a través de la informatización. “Virtualmente cualquier aspecto bélico se halla ahora automatizado y exige la capacidad de transmitir grandes cantidades de datos en formas muy diferentes” . La paradoja de ello es que la información en si misma no representa conocimiento, sino que este es creado a partir de la aplicación y la integración de las tecnologías basadas en la información, tal es el caso de los sistemas globales de posicionamiento, instrumentos de rastreo con láser, comunicaciones digitales, computadoras portátiles, etc., elementos que además de reducir el margen de error humano posibilitan la organización de operaciones, tanto simultáneas como sincronizadas .

El 14 de junio de 1993 aparece la última revisión del Manual de Campo (FM)100-5, denominado “Operaciones”. Dicho ejemplar explicita “... recientes experiencias nos proponen un atisbo de nuevos métodos bélicos”, declara asimismo el sumario ejecutivo de la novísima doctrina “... corresponden al final de la guerra de la era industrial y al comienzo de la guerra de la era de la información” .

Además y también en consonancia con los postulados de la RMA, el Manual desplaza su foco de la escena europea al ámbito mundial, de la concepción del despliegue avanzado, es decir fuerzas con bases próximas a las potenciales zonas conflictivas, a la idea de unos efectivos basados en territorio estadounidense que puedan acudir velozmente a cualquier punto del planeta. Explica minuciosamente que el Ejército de los Estados Unidos es responsable ante el pueblo norteamericano que “espera victorias rápidas y aborrece las bajas innecesarias” y “que se reserva el derecho de reconsiderar su apoyo cuando no se cumpla una de estas condiciones” .

En cuanto a la posibilidad de desplegar sistemas antimisiles, los autores de “La Tercera Ola” afirman que cabe imaginar no uno, sino varios. Preven que, pese a los altos costes y las oposiciones existentes,  persistirán y crecerán las presiones para la concreción de dichos sistemas de defensa contra  misiles a medida que se multipliquen los que sean capaces de portar ojivas múltiples nucleares, químicas y biológicas. También asume relevancia determinante la dispersión de estas armas y su potencial uso por parte de Estados considerados peligrosos o irresponsables.

La vinculación entre estas teorías y la concreción de un Escudo Antimisiles es aún más clara si se tiene en cuenta que, paradójicamente, al depender en tal medida Estados Unidos  de sus medios de base espacial y de comunicaciones avanzadas, resulta asimismo el país acaso más vulnerable ante cualquier adversario capaz de aniquilarlos o sabotearlos.

De este modo, se torna comprensible las connotaciones defensivas que ha asumido, tanto en términos conceptuales como en lo factual y  la estrategia que, en lo concerniente al ámbito de la seguridad, despliega la administración de George W. Bush.


Capítulo V:
Militarizando la política exterior.

“....La Nueva Guerra contra el terrorismo. ¿En que consiste exactamente? Y hay una pregunta conexa, a saber, ¿qué es terrorismo? La cuarta pregunta, más acotada pero importante, tiene que ver con los orígenes de los crímenes del 11 de septiembre. Y la quinta: ¿De que alternativas políticas disponemos  para llevar a cabo esta guerra contra el terrorismo y enfrentar las causas que nos han conducido  a una situación semejante?.”
Noam Chomsky, “El terror como política exterior de Estados Unidos”


Pese a que la NMD se ha constituído en punto nodal de la agenda de seguridad de los Estados Unidos, es claro que dicha iniciativa forma parte de una estrategia tanto más compleja cuanto más general y abarcativa se torna. 

Tal estrategia se basa en el cumplimiento de la premisa mencionada en varias oportunidades a lo largo del trabajo y que, convertida en plataforma política de la actual administración, consiste nada menos que en mantener, consolidar y expandir el potencial de dominación de Estados Unidos. 

Dicho potencial se encuentra relativizado en la fase histórica actual, en cuanto a su contenido ideológico y político, lo cual halla su paralelo en una situación económica que sin ser decadente, no constituye el auge inagotable de otrora. Esto, que es parte del brusco reacomodamiento que ha sufrido el escenario internacional con la caída del Muro de Berlín, no ha despojado, sin embargo,  a Estados Unidos de lo que constituye, por así decirlo, una condición excepcional o supremacía, dentro del concierto mundial. La convicción de saberse tal, dota a su accionar de un arma peligrosa, cuyo uso prevé inciertas consecuencias. La abrumadora superioridad de este país en lo que al campo militar concierne es claramente indiscutida y asimismo encuentra respaldo en una situación correlativa en las áreas de ciencia y tecnología. Inclusive la disponibilidad de capitales, factor imprescindible para evaluar la certeza de dicha predominancia, se encuentra fuera de discusión. 

Estados Unidos es consciente de ello y, si alguna duda cabía respecto a la utilización de esta carta, ha sido convenientemente despejada tras los atentados perpetrados contra este país en Septiembre de 2001. Este acontecimiento paradigmático convirtió la posibilidad en una necesidad imperativa.  

Dicha definición toma forma explícita en el discurso pronunciado por el Presidente George W. Bush el 29 de enero del año 2002 en ocasión del Informe anual al Congreso, en el cual se resumen las líneas trazadas por los estrategas del Departamento de Estado, del siguiente modo: “(...) nuestra nación está en guerra, nuestra economía está en recesión y el mundo civilizado encara peligros sin precedentes (...)nuestra guerra al terrorismo apenas si comienza (...) todavía hay campamentos (terroristas) en por lo menos una docena de países (...) algunos gobiernos serán tímidos frente al terrorismo. Que no se engañen sobre esto: si no actúan, Estados Unidos lo hará (...) desarrollaremos y desplegaremos defensas antimisiles efectivas para proteger de ataques repentinos a Estados Unidos y a nuestros aliados (...) No esperaré por los acontecimientos (...) la historia ha llamado a Estados Unidos y a nuestros aliados a la acción (...) mi presupuesto incluye el aumento más grande en gastos de defensa en dos décadas (...) hemos sido llamados a desempeñar un papel único en los eventos de la humanidad” .
 
De la lectura de este discurso, como de otros informes similares, es posible extraer y aislar diversos elementos. En primer lugar, la convicción de hallarse enfrente de nuevos peligros o “peligros sin precedentes”. Ahora bien, el rostro del enemigo ya no es invisible, el polo opuesto al mundo occidental y a Estados Unidos en particular, en cuanto a lo que este país representa como portador de un liderazgo hasta cierto punto heredado de un esplendor pasado, ha adquirido personalidad propia. El terrorismo se erige en el lugar que la desaparición de la Unión Soviética ha dejado vacante.

En segundo lugar, este flagelo, a diferencia del comunismo, no tiene una residencia concreta. Cuando Bush alude a los campamentos existentes, amplifica un espectro de acción difícil de perimetrar. El terrorismo tiene bases en Afganistán, pero posiblemente también las tenga en la zona de la triple frontera sudamericana  o en algún lugar recóndito de África y ello sin contar las células dispersas, incluso en Europa Occidental, o lo que resulta tanto más grave, en el mismo seno de los Estados Unidos. De este modo, la acción a la que este país ha sido llamado por la historia se torna sumamente compleja e imprecisa ya que el mismo enemigo es difícilmente cuantificable.

Por lo que respecta a la timidez de algunos gobiernos a que se alude en el discurso, es posible identificar claramente la intención de Estados Unidos de liderar la nueva contienda, aunque sin descuidar la relación establecida con “nuestros aliados”, quienes quedarán protegidos bajo el paraguas de la égida norteamericana.

Lo importante de los lineamientos esgrimidos es el modo en que estos se han llevado a la práctica en el tiempo transcurrido desde entonces y cómo la definición adoptada ha alterado la fisonomía de la política exterior estadounidense. La agenda, que ha optado cada vez más por un camino unilateral, se ha inclinado asimismo por una militarización de todos sus ítems. Y así, resulta pertinente en este marco afirmar que la prioridad de Estados Unidos ha pasado de ser la acción punitiva emprendida contra Afganistán, inmediatamente después de los atentados del 11 de septiembre, a ser la campaña que actualmente se desarrolla en Irak y que presume la posibilidad de una contienda armada en ciernes.

Asimismo, no resulta extraña la mención a la militarización del ALCA, en alusión al establecimiento de bases a lo largo del continente americano. Dichas bases y maniobras militares, según algunos, consistirían en la concesión de ciertos países sumidos en acuciantes crisis financieras ante la presión de Washington, que con el objetivo de imponer el ALCA, ofrece cambiar deuda externa  por bases militares .

Respecto a ello, asegura un periódico brasileño que “Una importante fuente del gobierno argentino confirmó a la Agencia Estado que el equipo económico está tratando de negociar la deuda total de Argentina y que el apoyo del Fondo Monetario Internacional incluiría la instalación de una base de radares o de misiles en la ciudad de Salta (...)” . 

En la actualidad tales maniobras parecieran encontrarse en suspenso y aún más, se carece de información veraz que asegure que dichos ejercicios son otra cosa que maniobras de paz en el marco de Naciones Unidas, o que en efecto se hayan llevado a cabo las negociaciones mencionadas. Mas, lo que es indiscutible es que existe una estrategia militar pergeñada por Estados Unidos para la región latinoamericana, de la que también forma parte la Iniciativa Andina, también denominado Plan Colombia. De algún modo, dicha iniciativa se encuentra absolutamente vinculada con la convicción norteamericana de hallarse frente a nuevas amenazas, como sostuvo en 1989 el General Fred Woerner, Jefe del Comando Sur en Panamá:  “El triple mal de la insurgencia, las drogas ilícitas y el terror, encuentran una fuente de apoyo en el descontento social, la frustración económica y la falta de oportunidades políticas” (...) “...Hay algunos signos ominosos: términos de intercambio declinantes, alto desempleo, inflación, dieta insuficiente, educación inadecuada, la virtual descapitalización de ciertos países debido a la deuda externa y a la falta de confianza de los inversores en las economías sociales” (...) “El estrangulamiento económico provocaría un nuevo tipo de riesgo: el peligro de conflictos sociales generalizados, que actualmente serían más agudos que nunca” .

Es importante destacar que una situación que presente tales características no es, ni mucho menos, privativa de América Latina y que lejos de encontrar vías de solución en el lapso de poco más de una década transcurrido desde la realización del informe citado,  la problemática se ha agudizado para los países del Tercer Mundo en la mayoría de estos aspectos. Ello hace prever que, en virtud de la existencia de  los flagelos mencionados y, por lo menos en los lugares que Estados Unidos concentre, por diferentes razones su interés estratégico, se hará presente de manera o en circunstancias similares a la iniciativa en cuestión.

El hecho de que tal acción se torne presumible, tiene que ver en gran medida con la alternativa que se le presenta a Estados Unidos de asumir el papel de líder, o inclusive más que ello, mediante la participación activa. Esta opción no es tal, precisamente porque otros países u organizaciones internacionales reclamen para sí tal privilegio, ya que es probable, desde el punto de vista del Departamento de Estado y como fuera mencionado en diversas oportunidades, que de no provenir la acción desde Washington, la consecuencia redunde en la falta de participación internacional.

Esto, indudablemente, coloca a la Casa Blanca en una situación, cuanto menos complicada en exceso, ya que está obligada a mantener el rumbo entre, por un lado, una presencia quizás demasiado fuerte, que implicaría convertirse en el gendarme del mundo y por el otro, una participación tenue que podría significar un fracaso a la hora de proveer el liderazgo que, resultando conveniente a sus intereses, promueva  asimismo un ambiente internacional más estable y benigno.

Es posible entonces afirmar que Estados Unidos sigue desempeñando una función exclusiva en los asuntos mundiales. No es menos cierto que, en virtud de ello, estructurar la política de defensa y de seguridad propicias para el siglo XXI, constituya un enorme desafío. El equipo del Presidente Bush ha debido tener en cuenta al momento de rediseñar sus estrategias en el área señalada, no sólo las variaciones que ha sufrido el escenario internacional, sino los avances llevados a cabo en el mundo de post guerra fría, como la revolución en la tecnología militar y los armamentos dirigidos con precisión. Dentro de esta evaluación, las cuestiones de defensa contra misiles y las amenazas de las armas de destrucción masiva y el terrorismo, han ocupado un lugar preponderante .

Otro factor a tener en cuenta y que ha sido ya mencionado en otras oportunidades, lo constituye la amenaza de los Estados preocupantes. Este elemento ha recibido una atención primordial y ha sido objeto de  profundos análisis por parte de quienes establecen los lineamientos a seguir en el terreno de la Defensa. 

La Operación Tormenta del Desierto señaló un antes y un después para el análisis de este asunto. El suceso referido situó en el centro del pensamiento estratégico norteamericano  la amenaza balística, procedente de otros Estados distintos de Rusia o China. Estos han sido definidos  por Les Aspin, quien fuera Secretario de Defensa durante la  Administración Clinton, como agresores regionales capaces de constituir la mayor amenaza para la seguridad norteamericana y la paz mundial. A fin de identificarlos señaló una serie de características cuantificables: que fueran estados agresivos, que persiguieran el desarrollo de armas nucleares, que empleasen el terrorismo y que tuviesen un sistema de gobierno totalitario.

No son pocos los estados que cabe distinguir dentro del espectro que cubre dicha definición. Es el caso, principalmente de Cuba, Corea del Norte, Siria, Libia, Irán y principalmente Irak, el cual en las circunstancias actuales merece mención aparte.

La mención a la Operación realizada en el Golfo, no es meramente casual, sino que enseñó una lección importante a los estrategas norteamericanos. Pese al régimen de aislamiento internacional en que se encontraba Saddam Hussein y de su imposibilidad de vencer en una “guerra simétrica” contra el mundo occidental, rehusó plegarse  a las exigencias internacionales y fue necesario el uso de la fuerza para obligarlo a acatar el mandato de Naciones Unidas. Ello indica que la estabilidad internacional no sólo depende de la superioridad militar, sino y primordialmente, del cálculo de vulnerabilidades. Razón más que suficiente para que el nuevo diseño estratégico se oriente a anular cualquier posible ventaja estratégica por parte de aquellos países, que de forma impredecible, pudieran decidir atentar contra la paz y la seguridad internacionales, aterrorizando con armas de destrucción masivas a las poblaciones occidentales.

El temor al surgimiento de una situación de tal índole coloca en el centro de la estrategia más amplia de Defensa y Seguridad pergeñada por Washington, a la defensa antimisiles como elemento clave, posible de ser desarrollado desde los aspectos tecnológicos, científicos y de disponibilidad de capital, imprescindibles para mantener y consolidar la posición dominante de Estados Unidos.

En este sentido es importante subrayar las declaraciones que al respecto realizó el Secretario Rumsfeld: “... debemos orientar un cambio decisivo en política  (de defensa) a devaluar la inversión que los posibles adversarios hacen en las armas de destrucción masiva y sus sistemas de transporte”, afirmando asimismo que tal cambio “... debe basarse en una combinación de las capacidades ofensivas de defensa nuclear y no nuclear que operen juntas para denegar a los adversarios potenciales la oportunidad y los beneficios de una amenaza, o un uso de armas de destrucción masiva contra nuestras fuerzas y nuestro país, así como contra nuestros aliados” .

Estas palabras no hacen más que confirmar lo predecible. Un país con la capacidad de liderazgo que caracteriza a Estados Unidos, es de esperar que siga las huellas de los avances tecnológicos a fin de preparar una estrategia de defensa que se adecue a los que hoy son considerados por este país como nuevos y terribles flagelos.

Capítulo VI:
La situación interna.

“El mundo siempre ha sido regido por una combinación de Poder Militar y Económico, que son sin duda la esencia del Poder. El Estado-Nación que dispone de la fuerza de la economía, tiene potencialmente los medios del Poder Militar. Si  no se tiene una adecuada política de Defensa, con medios capaces de satisfacer las necesidades defensivas y de seguridad internacional, nunca se podrá ingresar al escenario mundial”.
   Michael Heseltime, ex Ministro de Defensa Inglés. 

Si bien la política de defensa ha constituído, como ya se mencionara anteriormente un eje y, como tal, ámbito prioritario de la agenda norteamericana, esta aseveración lejos se halla de significar que haya resultado fácil a los hacedores de políticas militares arribar a acuerdos, o a posiciones consensuadas a lo largo de las diversas épocas y con respecto a las distintas temáticas objeto de discusión. Esto, que de alguna manera es una imposibilidad casi histórica, tiene profundas raíces ya que cuando no se trata de antagonismos partidarios, se remonta a posiciones bien diferenciadas respecto al mismo sustento de la política exterior. La primera sostiene que la nación sirve mejor a sus valores perfeccionando su democracia internamente; es decir, limitándose a funcionar solo como un faro para el resto de la humanidad. Esta era la concepción original de los Padres Fundadores. La segunda afirma que los valores asumidos por este pueblo le imponen la obligación de llevar a cabo “cruzadas” por ellos a lo largo y ancho de todo el mundo .  

En este sentido, un asunto de importancia capital como es, sin duda, la creación de un Escudo Antimisiles no constituye, por sus mismas implicancias, ninguna excepción a la regla.

Al hablar de implicancias, la alusión es a aquellos sectores que política o económicamente pudieran verse afectados mediante la concreción del proyecto en cuestión, constriñendo tal referencia en forma exclusiva al ámbito doméstico estadounidense.

Podría decirse, como es opinión compartida de muchos analistas, que las administraciones de signo republicano han sido más proclives a otorgar mayor importancia y, con ello mayores posibilidades y recursos, a la política de defensa, en tanto los gobiernos demócratas han actuado de la forma opuesta. Ello, sin duda, es pasible de adoptar variados matices que atenúan el tono categórico de tal aseveración, más en el caso del Escudo Antimisiles, la observación  tiene visos de realidad.

Las posiciones encontradas en torno a la National Missile Defence, pueden remontarse en la historia hasta el surgimiento mismo de la propuesta hecha por la Administración republicana de Reagan, de construir la Iniciativa de Defensa Estratégica.

En el desarrollo de este proyecto, el gobierno de Estados Unidos invirtió nada menos que  un promedio de 4000 millones de dólares por año, hasta 1987, año en que se reconoció la inviabilidad de su despliegue. El notable aumento que durante la era Reagan conoció el gasto militar fue duramente criticado por la oposición en los años posteriores, ya que argumentan que resultó a la postre traducido en el irrefrenable déficit público inmediato a los dos mandatos presidenciales.  

Al constituirse en sucesor directo de este anterior proyecto, la NMD carga sobre sus espaldas el fracaso mencionado, que se convierte hoy sin duda en fuente de críticas de toda índole al despliegue de la misma.

Como se mencionara en un principio y continuando con la fase histórica, el Escudo Antimisiles fue retomado por el gobierno de George Bush (padre), quien lograra  la promulgación por parte del Congreso, de la Missile Defence Act, donde inclusive figuraban especificidades en relación con la fecha de despliegue del mismo. A diferencia de la iniciativa de Reagan, el nuevo sistema sería mas reducido y su costo se acercaría aproximadamente a los  60.000 millones de dólares. En tanto La Guerra de las Galaxias contaba con un costo inicial propuesto de 54.000 millones de dólares y un costo calculado en total de 121.000 millones, estimándose además que la operacionalización del sistema completo oscilaría entre 10.000 y 15.000 millones de dólares adicionales por año .

En cuanto a la Administración Clinton, aunque luego postergara decisiones respecto a la NMD, había avanzado respecto a los aspectos financieros, ya que las provisiones de fondos realizadas eran de unos 14.000 millones de dólares para la versión terrestre de la misma, en sus programas de defensa plurianuales .

Por lo que respecta al  presupuesto que el gobierno actual ha dispuesto para la estrategia de Defensa, muestra por si mismo que la administración republicana del Presidente Bush se halla decidida a hacer frente a toda la gama de hipótesis de conflicto, sin pasar por alto ningún posible desarrollo de crisis en los lugares que considera revisten importancia estratégica para los que constituyen sus intereses prioritarios. También es cierto que dicho presupuesto no representa en realidad un aumento general de los gastos militares: de hecho ya durante la última parte de la administración Clinton, los mismos pasaron de 259.000 millones de dólares en 1998 a 279.000 en 1999, luego a 290.000 en 2000, para alcanzar los 301.000 millones para el año fiscal 2000/2001 . Asimismo es posible verificar, siguiendo la misma fuente, una aceleración de esos gastos de 328.000 millones de dólares para 2001/2002, a 379.000 millones para el año siguiente pudiendo, de seguir dicha proyección, alcanzar 450.000 millones para el año 2007.

Dentro de este presupuesto es posible notar cómo influyó  en él, el shock producido por los atentados del 11 de septiembre de 2001, ya que se puede observar que  ciertas categorías del presupuesto crecieron aún más que el presupuesto en su conjunto, como es el caso del rubro consagrado a la lucha contra el bioterrorismo, que pasó de 1.400 millones de dólares a 3.700 millones. Ello no puede sino implicar una cosa: Estados Unidos no está dispuesto a mostrar clemencia y esto quedó claro cuando, tras anunciar que para alcanzar sus objetivos era necesario y legítimo recurrir a la fuerza, la administración republicana se dedicó a reunir  todos los medios para obtener esa fuerza. 

Hay otra cuestión que, en tanto consecuencia de los atentados mencionados, se traduce a los restantes ítems de la política militar y es nada menos que el consenso al que ha arribado el pueblo norteamericano acerca de la necesidad impostergable de defender a toda costa su territorio, el que ha demostrado no ser invulnerable. Ello, sin duda, ha condicionado el apoyo a las políticas de Defensa pergeñadas por la actual administración por parte del más amplio espectro sociopolítico, a la vez que ha reducido los márgenes de discusión. Hoy nadie discute que la defensa de cada centímetro del país es una cuestión de interés nacional y ello incluye sin duda al programa antimisiles. Afirma respecto a ello algún periodista en tono irónico “¿Alguien imagina a un congresista demócrata negando los recursos financieros que demande la administración republicana, con el riesgo de ser acusado de estar debilitando la seguridad de los Estados Unidos?” .

 Es posible entonces afirmar que los actos de terrorismo perpetrados contra Estados Unidos han tenido un efecto aglutinador, en cuanto a las percepciones que los distintos segmentos influyentes del país pudieran tener acerca de las acciones más convenientes a poner en práctica, frente a lo que se considera las nuevas amenazas que debe enfrentar la potencia occidental.

Condoleezza Rice, asesora de Seguridad Nacional en temas claves de seguridad lo ha definido del siguiente modo: “... proteger la infraestructura crítica de la nación es un tema de importancia decisiva. Es una paradoja de nuestros tiempos: la misma tecnología que le permite a nuestra economía tanto dinamismo y a nuestras fuerzas armadas tanto dominio, también nos hace mas vulnerables... La protección de nuestra infraestructura crítica constituye un típico problema de seguridad nacional. Queremos disuadir cualquier actividad en contra nuestra, con medidas preventivas” . 

Asimismo, el Secretario de Defensa Donald Rumsfeld afirma en el mismo sentido... “ Sin duda, un sistema de defensa no necesita ser perfecto, pero al pueblo norteamericano no se lo puede dejar completamente indefenso. No se trata tanto de una cuestión técnica como de responsabilidad constitucional del Presidente” .

Por otro lado resulta fundamental mencionar otros dos ámbitos, íntimamente conectados entre sí que influyen, al tiempo que resultan influenciados, en cada decisión que se toma respecto al Escudo Antimisiles; el conglomerado militar-industrial y el complejo científico involucrado en las investigaciones subyacentes al proyecto.

En cuanto al primero de ellos, hay quienes sin duda consideran que constituye de algún modo la lógica propia del programa antimisiles, traducida en una presión irresistible ejercida por la industria norteamericana de armamentos. Sin que constituya una aseveración de lo anterior, no debe olvidarse que los sistemas de defensa frente a misiles balísticos se hallan en el núcleo de la innovación tecnológica en el terreno militar, área en la cual Estados Unidos ratifica permanentemente de manera irrevocable una rotunda supremacía.

Un análisis un tanto más detallado del ámbito en cuestión, muestra que la construcción y mantenimiento del arsenal nuclear ha constituído desde sus inicios un excelente negocio para aquellas empresas recipiendarias de dicho beneficio. En los Estados Unidos, particularmente, ha sido el sector privado el que ha obtenido pingues ganancias, siendo Tenneco, Mc Donell Douglas, General Dynamics, Boeing, Lockheed, Hughes, Rockwell, Grumann, Martín Marietta y General Electric las compañías que han resultado mayormente favorecidas por los programas militares.

Múltiples ganancias se derivan también del singular negocio que es la venta de armas al exterior. Estados Unidos, lejos de quedar afuera en estas transacciones, exportó (en cifras oficiales) 12.100 millones de dólares en el año2001 (45,8% de los acuerdos considerados en forma global), total considerablemente más bajo que los 18.900 millones del año 2000 y se cuentan entre sus clientes más importantes a Arabia Saudita e Israel (quien a su vez es el principal comprador de armas entre los países en vías de desarrollo) entre otros .

Asimismo resulta innegable el protagonismo adquirido por el complejo militar-industrial, en tanto motor de desarrollo de la economía norteamericana ya que, en un período que apuntaba al enfriamiento de la economía, y más aun tras los pronósticos de recesión en ciernes, la tentación por incrementar el capitulo del gasto de defensa se torna cada vez mas evidente y, si bien el episodio del 11 de septiembre influyó cuantitativamente, la subida del presupuesto en el área, era ya una opción decidida .

A modo de ejemplo de la importancia que adquieren estas empresas para los programas gubernamentales, así como de las cantidades exorbitantes de dinero en cuestión, se puede analizar el caso del Sigma Tau. Este es uno de los varios tipos de aparatos de rayos láser existentes que se comenzó a investigar en el marco de la Iniciativa de Defensa Estratégica. Constituye específicamente un láser químico  que construye la Compañía Rockwell, en un lugar oculto en las montañas de Santa Susana. Este trabajo se inició en forma secreta en 1976, por encargo de la Fuerza Aérea . El objetivo consistía en demostrar la posibilidad de construir láser potentes y compactos, que pudieran ser puestos en orbita por el trasbordador espacial. Como se puede observar en otro acápite de este trabajo, los avances cualitativos alcanzados en el campo de los rayos láser durante la década de los ’80 se convirtieron en condición sine qua non del programa que actualmente ha puesto en curso la administración de George W. Bush. La Rockwell, entre este y otros trabajos relacionados con la “Guerra de las Galaxias”, había ganado para 1984, 50.000.000 millones de dólares, además de convertirse en la encargada de producir fuentes de energía para las plataformas defensivas en el espacio .

Otro caso es la TRW, compañía que tuvo contratos por 100.000.000 millones de dólares con el gobierno norteamericano para artefactos utilizados en el desarrollo del programa de Reagan, como es el caso de la fabricación del láser químico Miracle o del láser Alpha, ambos con grandes adelantos tecnológicos incorporados .  

En el caso del complejo científico, este también ha dividido aguas en numerosas oportunidades. Desde sus inicios, en la década del ’40, el debate entre los científicos versó  acerca de la conveniencia de desarrollar armas mil veces mas poderosas que las de Hiroshima y Nagasaki. Esta discusión, que en su momento tuvo matices de índole moral y técnico, hoy se ve permanentemente actualizada. Ya Oppenheimer, al frente del Comité Asesor General de la Comisión de Energía Atómica, en junio de 1949, anexó al informe pedido por el Presidente Harry Truman sus opiniones personales, considerando a la Bomba H, objeto del dilema, como un arma de genocidio. Por otro lado, un grupo de científicos encabezados por Edward Teller, elevó los argumentos contrarios, dirigiéndose a grupos militares y de la misma Comisión de Energía Atómica a favor de la Bomba H .

Luego de estos primeros programas, en gran parte meramente ensayos, la tecnología de la guerra avanzó rápidamente y a medida que se iba efectuando este avance, las discusiones se fueron aggiornando.

Al surgir la posibilidad de construir un Escudo Antimisiles, el debate adquirió un tono acalorado. Durante el transcurso de 1982 se realizaron tres entrevistas entre el entonces Presidente Reagan y un grupo de científicos (encabezados por Teller), industriales, militares y ejecutivos aeroespaciales. Sin duda estas reuniones tuvieron singular relevancia y se manifestaron en las políticas de defensa implementadas por la administración republicana. La voz cantante de la posición contraria se dejó oír a través del informe elevado en 1987 por la Sociedad Norteamericana de Física sobre la “Ciencia y la Tecnología de las armas de energía dirigida”, en el que reconocidos académicos concluyeron, como mencionara anteriormente, en la inviabilidad del proyecto .

Actualmente, las discusiones en torno a la National Missile Defence giran fundamentalmente en torno a dos cuestiones. 
Una, de índole moral, o si se quiere preventiva, en el sentido de plantear la posibilidad de dar curso mediante tal iniciativa a una nueva carrera armamentista, con la consiguiente desestabilización que a nivel internacional supondría tal efecto;
en tanto el otro eje de debate es acerca de cuestiones esencialmente técnicas. Dentro de esta última discusión podemos encontrar desde la advertencia dada al Presidente Clinton por un grupo de 50 premios Nobel, en la que aseguraban que el sistema anti-misiles era “prematuro, peligroso y un gasto inútil de recursos”, hasta las conclusiones a las que arribó el jefe de arquitecturas de seguridad de la Compañía Secure Computing, quien tras estudiar el plan preliminar del Consejo de Seguridad Nacional, declaró a ZDNet, que habría tres tipos de ataques que el sistema no se hallaría en condiciones de identificar .

Por otro lado, esto no amilana a los defensores del proyecto, que finalmente ha entrado en la primera etapa de despliegue en diciembre del año 2002. Y en cuanto a la comunidad de científicos, políticos y técnicos asociados a los laboratorios bélicos, como no podía resultar de otra manera, consideran que los avances necesarios para construir y poner en práctica la fases restantes del proyecto serán posibles en tanto se cuente con un presupuesto lo suficientemente elevado para tal fin.

Por último, la cuestión fundamental es posible que resida en preguntarse hasta que medida el complejo militar, científico e industrial de Estados Unidos se encuentra preparado para dar el nuevo salto tecnológico que le sirva para consolidar su liderazgo en este nuevo siglo. 


Capítulo VII:
Compás de espera en las relaciones bilaterales.

“La política internacional es en definitiva la lucha por el poder”.
     Hans Morgenthau

El anuncio realizado por el Presidente Bush a principios de su mandato, acerca de la definición de hacer realidad el tan controvertido proyecto del Escudo Antimisiles, suscitó en forma  previsible reacciones encontradas por parte de los miembros más influyentes de la comunidad internacional. Dichas reacciones variaron desde un tibio escepticismo, hasta una condena rotunda al desarrollo del sistema.

Como consecuencia de ello y en forma casi inmediata, se percibió un enfriamiento  o por lo menos una situación de tensa expectativa, que introdujo cambios perceptibles en los patrones de relacionamiento de la potencia con los actores principales del sistema internacional. De entre estos actores adquieren suma relevancia, en principio, las posiciones adoptadas por países u organizaciones tales como Rusia, Japón y la OTAN.

RUSIA

A más de una década de finalizada la Guerra Fría, las relaciones con Rusia aún plantean un reto clave. Si bien por un lado Rusia ya no representa una amenaza mundial, ni para los intereses ni para los valores norteamericanos, también es cierto que sus dirigentes no siguen con beneplácito el rumbo que Bush ha decidido imprimir a su política exterior. En general es posible afirmar que desde que Vladimir Putin ha tomado las riendas del poder, Moscú ha seguido una política de oposición a la influencia estadounidense. Esto se manifiesta por medio de acciones que, resultando contrarias a los designios de la Casa Blanca, Bush trata indudablemente de desalentar. Estas acciones incluyen esfuerzos rusos por restablecer su control sobre algunas zonas de la ex Unión Soviética (como Ucrania, Azerbaiyán, Georgia y Armenia). Las sospechas acerca del suministro de tecnología nuclear por parte de Rusia al régimen de Teherán para elaboración de armamentos y la oposición a la política que actualmente la administración norteamericana se encuentra llevando a cabo en Irak . 

Por otro lado un factor a tener en cuenta a la hora de sopesar costos y beneficios de una relación tan compleja, lo constituye el perjuicio que tal accionar puede reportar a Rusia en la búsqueda del acceso al capital y la tecnología occidentales, imprescindibles para sus propios y acuciantes problemas internos. 

En lo que respecta al capítulo de la Defensa contra Misiles, Moscú ha mostrado su frontal oposición a tales planes, ya que entiende que Washington persigue con dicho proyecto afianzar su total dominio militar en el planeta. Resulta cuanto menos interesante, el hecho de que la misma idea de un Escudo Antimisiles contiene una carga  simbólica importante para Rusia y que de alguna manera puede resultar determinante en la actitud adoptada. No debe olvidarse que el actual proyecto nos retrotrae, como ya fuera mencionado a lo largo del trabajo, al sistema pergeñado por la administración de Ronald Reagan en plena etapa de recrudecimiento de la Guerra Fría y que fuera rotundamente rechazado por la desaparecida Unión Soviética.

 En el frágil contexto a que se hace alusión, el Kremlin adujo que un proyecto de tal magnitud constituía un factor potencial de ruptura del equilibrio estratégico, más no faltan analistas que relacionen la caída del régimen comunista con el esfuerzo económico al que forzó ese capítulo de la agenda norteamericana a la superpotencia.

Si bien los presupuestos que acompañan al actual diseño estratégico son incomparables a los que primaban en la época aludida y la situación internacional es diametralmente distinta para ambos países, el gobierno ruso consideró, en un principio, que había criterios que habiendo permanecido a lo largo del acontecer histórico, se habían instituido en garantes de un orden establecido, por lo que debían como tales, permanecer inamovibles. En virtud de ello, manifestó, al conocer la iniciativa del gobierno norteamericano, su rechazo a cualquier modificación del tratado ABM, ya que consideraba que el mismo continuaba siendo la "piedra angular" del actual equilibrio estratégico mundial. 

Ante esta negativa y quizás con la intención de mostrar las divergencias que separaban al actual Escudo Antimisiles del de su no tan lejano predecesor; Bush, acompañado por la plana mayor de la Defensa de Estados Unidos sostuvo que su país ya no considera a Rusia como un "enemigo comunista", dedicado a expandir "el telón de acero" y agregó que "Rusia no es la Unión Soviética y su gobierno no es comunista, sino elegido democráticamente". 

Estas declaraciones lejos se hallan de constituir la primera manifestación retórica en torno al tema de los misiles. Ya el Presidente Clinton, al explorar las consecuencias posibles del desarrollo de un proyecto de tal naturaleza, había propiciado en el transcurso del ultimo año de su mandato, lo que se denominó la “Cumbre de los Misiles”, a la que asistió Putin, en una de las primeras entrevistas de su recientemente inaugurado gobierno .

El objetivo de esta cumbre era definir el nuevo marco de relaciones entre las dos potencias, tras lo que fueron años de una política bastante errática por parte del ex Presidente ruso Boris Yeltsin. A tal fin, ambos dirigentes intentaron priorizar en sus declaraciones la existencia de intereses y amenazas comunes, por encima de las discrepancias entre los dos países. En dicho sentido, Putin afirmó que ni Washington ni Moscú deben buscar “ventajas” para uno u otro, ni siquiera para los dos, sino trabajar juntos en “bien de toda la humanidad”. Añadió asimismo que  “Rusia ha sido, es y será parte integral de Europa”, frase que repitió casi textualmente el Presidente  Clinton .

Mas, en lo que respecta al Tratado ABM, ya desde ese entonces la posición era contundente. “Si Estados Unidos decidiese violar las disposiciones del Tratado ABM creando un Escudo Antimisiles,  las consecuencias serían imprevistas, pues cambiaría todo el sistema de control de las armas nucleares” dijo el Comandante  de las Fuerzas Estratégicas rusas, Coronel-General Vladimir Iakoklev, quien dijo también que si Estados Unidos  sigue adelante, Rusia debería responder adecuadamente. Esto podría llevar, según el alto Oficial ruso, a la instalación de más de una carga nuclear en cada uno de los nuevos misiles estratégicos Topol-M (en violación al mismo tratado) y un redespliegue  de sus cohetes de alcance medio, lo que “llevaría al comienzo de una nueva carrera de armamentos” .

Una vez que Bush asumió el mando Rusia comprendió que, lo que meramente se vislumbraba en la época de Clinton, tenía con la administración entrante certeros visos de realidad, por lo que debió encarar el asunto con una mayor firmeza. En vísperas de la Conferencia de Seguridad de Munich, a principios del año 2001, el gobierno ruso cerró filas en sus críticas contra la nueva edición de la Guerra de las Galaxias y contra cualquier cambio en el status quo nuclear, a la vez que intentaba avivar los recelos que en Alemania y Francia despertaba el intento norteamericano de modificarlo. Inclusive, el Vicejefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas rusas, Valeri Manílov, uno de los ideólogos y portavoces de la nueva política de seguridad rusa, amenazó con una nueva guerra fría en caso de que Estados Unidos siguiera adelante con la National Missile Defence .

Asimismo, la política rusa erigió como bandera el cumplimiento no sólo del Tratado ABM, sino apostó además a las premisas establecidas en el tratado de desarme START II y a la promoción del nuevo START III, que contempla la reducción del arsenal atómico no a 2500 cabezas, como postula el primero de estos acuerdos, sino hasta 1500. Al mismo tiempo la estrategia rusa dejó entrever, por un lado que no dudaría en utilizar la carta de la nueva “luna de miel”  de Moscú con la Alemania del Canciller Gerhard Schroeder, mientras que, por otro lado el diario “Nezavísimaya Gazeta” declaró que el futuro de Rusia está en la “contra globalización eurasiática”, es decir, en forjar con países como China  e Irán nuevos ejes geoestratégicos mundiales, como contrapeso a la OTAN y a Occidente .

En síntesis, se podría afirmar que en el transcurso de unos pocos años la distancia entre Estados Unidos y Rusia ha ido en aumento y ello en gran parte encuentra su fundamento en cambios que ha efectuado la política rusa, en relación a este país. Sin embargo, la política rusa no ha realizado un viraje extremo sino que se presenta  a sí misma como un compromiso entre la búsqueda de puntos de acuerdo con la política estadounidense y un interés cada vez más exacerbado por lograr converger con otros actores importantes de la comunidad internacional, para quienes el hiperpoder de Estados Unidos implique, del mismo modo, un factor preocupante.

Ya desde antes de ser electo Presidente, el acercamiento con China constituyó uno de los ejes que estableció el primer mandatario ruso para su política exterior. Ambas Naciones comparten similares preocupaciones: el temor de que el enorme poder que acumula Estados Unidos provoque una inaceptable ruptura del equilibrio en el escenario mundial; una actitud expectante respecto a Japón, país este que resulta el complemento político y estratégico de Estados Unidos en el Extremo Oriente y una posición preventiva acerca del islamismo político radical, al que ambos países desean combatir por motivos diferentes .

Este acercamiento entre los países mencionados muestra un carácter  diplomático-militar. En la práctica, el gobierno chino decidió hacer de Rusia su interlocutor fundamental a fin de equipar con armamento moderno a sus fuerzas armadas. Esto implica también la compra de armamentos de elevado nivel tecnológico, misiles balísticos de mediano y largo alcance y tanques.

Otro país con el cual la política rusa mantiene una relación bastante particular es la India, resultando el objetivo de esta interacción mantener una política de equilibrio respecto de Estados Unidos .

El caso más extremo de la política alternativa que lleva a la práctica el gobierno ruso lo constituye las conversaciones mantenidas con el régimen iraní. Extremo, en cuanto a que nada los acerca más allá del temor al avance estadounidense, lo cual evidentemente fue considerado suficiente, tanto por Teherán como por Moscú para cimentar la relación. Igual que en los casos ejemplificados, la política rusa utilizó los únicos instrumentos de los que dispone, la venta de armas, a lo que se añadió en esta oportunidad el suministro de una central nuclear .

Una reacción hostil por parte de Estados Unidos no es, sin embargo, lo que Rusia quiere provocar. Resulta claro, por otra parte, que una de sus preocupaciones principales debe continuar siendo el diálogo con Washington, el que por lo menos en el aspecto estratégico-militar resulta seriamente condicionado. En este sentido, es posible hablar de una relación de fuerzas sumamente desigual. Con la NMD convertida en realidad, los misiles estratégicos rusos ya no podrían alcanzar suelo estadounidense, en tanto no se altere la situación inversa. Resulta lógica, en consecuencia, la reacción negativa esgrimida por Moscú teniendo en cuenta que su arsenal de misiles nucleares de largo alcance es el único instrumento militar absolutamente poderoso que posee. Otro camino por el que puede optar Rusia, de verse obligada a hacerlo, es aumentar en forma desmedida su arsenal para contrarrestar al escudo norteamericano mediante la saturación o la utilización de señuelos... Mas, esta no es sin duda la situación a la que ninguno de estos dos actores quiere arribar.

En este sentido, Condoleezza Rice reiteró en numerosas oportunidades la intención de la administración republicana de llevar a cabo conversaciones con Moscú que giren alrededor del importante tema de la seguridad: “Primero, hay que reconocer que la seguridad de Estados Unidos se halla menos amenazada por el poderío de Rusia que por sus debilidades e incoherencias... Washington tiene que iniciar amplias conversaciones con Moscú sobre la cambiante amenaza nuclear... Debe ser factible comprometer a los rusos en conversaciones sobre los cambios ocurridos en el contexto de las amenazas, las posibles respuestas y la relación entre la reducción de las fuerzas estratégicas ofensivas y el despliegue de defensas... Estados Unidos debe reconocer que Rusia es una gran potencia y siempre tendremos intereses en conflicto y coincidencias” .

Tal planteamiento resulta compatible con la idea esbozada por el gobierno norteamericano, de que tanto Europa como Rusia puedan participar en algunas áreas de desarrollo del proyecto aunque, claro está, el ritmo del proceso será marcado paso a paso por Estados Unidos.

Si bien el gobierno ruso se mantiene en postura de alerta y desconfianza con respecto a este tema, ha debido suavizar su oposición, y, ante las veleidades unilaterales de Estados Unidos permitió la retirada de éste del Tratado ABM, la que tuvo lugar el 13 de diciembre del año 2001, echando por tierra lo que se consideraba un argumento inconmovible del Presidente Vladimir Putin .

EUROPA

En lo que respecta al modo en que el Escudo Antimisiles produjo alteraciones en la relación entre Estados Unidos y sus aliados europeos, es menester revisar ciertas situaciones conexas. El fin de la Guerra Fría convirtió en una tarea difícil para Estados Unidos el obtener la cooperación, antes estimulada por un sentir de amenaza compartida, amenaza que actuaba como un freno de las diferencias y querellas que inevitablemente se suscitan entre los países, por aliados y amigos que sean.

Ante la carencia de este fantasma, los países se encuentran frente a la atractiva tentación de ir en pos de sus intereses más estrechos, aun cuando ello implique desatender la colaboración imprescindible para enfrentar los problemas comunes.

Las controversias surgidas en torno al tema de los misiles, se inscribe entonces dentro de un marco de redefinición de ciertos tipos de compromisos o de formas de relacionamiento, que no resultan ajenas al contexto de cambio en curso en que se encuentra sumida la comunidad internacional. Dentro de esta situación, la rediscusión acerca del papel de la OTAN no es un tema de menor relevancia. Ahora bien, estos constituyen procesos que, por su misma naturaleza, se establecen a largo plazo y plantean para los diferentes actores, diversas opciones de comportamiento.

Por el lado europeo, subyace una cierta desconfianza, suscitada tal vez por el tamaño y la fuerza, así como por el modus operandi unilateral de Estados Unidos, que no toma en cuenta la sensibilidad europea, habituada a la consulta permanente. En tanto se puede constatar del lado norteamericano, una creciente preocupación ante el firme y progresivo desarrollo de una Unión Europea cada vez más coherente en materia económica y de política exterior, hasta fines de 1999, en que se ve muy afectada por la política esgrimida por la administración de George W. Bush. Tal proceso, es preciso suponer, estimuló a Estados Unidos a temer que sus otrora aliados incondicionales, buscasen emprender su propio e independiente camino. Aunado a ello, la conformación de la Unión Europea y su constante consolidación, provoca otra consecuencia, que se traduce en las dificultades que implica para el gobierno norteamericano consultar y negociar con una suma de países que, al interior de la entidad, encuentran obstáculos a la hora de ponerse de acuerdo en numerosos y diversos temas.

Mas, una cosa es cierta, pese a las fricciones existentes, los europeos siguen dependiendo de Estados Unidos en lo que concierne al ámbito de la seguridad. Asimismo, ciertos intereses y valores fundamentales compartidos, tornan esencial la existencia de un diálogo entre las distintas partes que componen esta ecuación.

A tal fin, y reconociendo lo imperioso que resulta mantener en buenos términos esta relación, cada alusión al escudo antimisiles por parte del gabinete republicano reitera una y otra vez las ventajas del sistema “...para defendernos a nosotros y a nuestros amigos contra ataques de misiles y otras armas de terror...”, “...debemos obtener una defensa eficaz de misiles, no sólo para la defensa de nuestro país, sino también para defender las fuerzas norteamericanas en el exterior y a nuestros aliados y amigos, en la forma más eficaz en función del costo que la tecnología moderna ofrezca” . Al mismo tiempo asegura que “...Estados Unidos no tiene ningún interés en desplegar defensas que nos separen de nuestros aliados y amigos. En efecto, compartimos amenazas similares” .

  Este planteo, de alguna manera resulta complementario de los esfuerzos que se vienen realizando por ambas partes para redefinir el papel de la OTAN, organización que entró en crisis con el final de la Guerra Fría y a la cual se quiere dotar de nuevas funciones acordes al nuevo contexto estratégico en el que el mundo se está sumiendo. A favor de ello  el Secretario Donald Rumsfeld asevera “El deseo de las naciones de actuar en concierto es lo que ayuda a sostener la seguridad y fortalecer la paz... Como ex embajador ante la OTAN siento un enorme respeto por el valor de la alianza. Ha sido el instrumento clave para mantener la paz en Europa durante más de 50 años. Simplemente cabe decir que la OTAN es la alianza militar de mayor éxito en la historia... Nuestros aliados y asociados europeos saben que la OTAN está en el meollo de la defensa de Europa. Por lo tanto, para prolongar nuestro éxito en el futuro, primero y antes que nada, debemos mantener a la OTAN como núcleo de la estructura de seguridad de Europa... Si debilitamos a la OTAN, debilitamos a Europa, lo que nos debilitará a todos. Nosotros y las otras naciones de la alianza estamos ligados en la búsqueda y preservación de algo grande y bueno, en efecto, algo que no tiene paralelo en la historia. Nuestro bien principal sigue arraigado en nuestros valores: libertad, democracia, respeto por los derechos humanos y por el imperio de la ley. Y frente a los riesgos compartidos, debemos compartir también la responsabilidad” .

Mas, la realidad muestra que las tensiones que afectan a la Alianza del Atlántico Norte son considerables, amén de que los temas enfrentados hacen a la esencia misma de la existencia de la Alianza como tal. Razón por la que no bastan las expresiones de buena voluntad para superar las tensiones entre las partes. George Robertson, Secretario General de la OTAN, afirmó, sin embargo: “ No creo que nos dirigimos hacia un cisma, porque la alianza es lo suficientemente grande y ha tenido suficiente experiencia como para conocer que uno tiene que enfrentar las cosas de manera adulta” . Esto indica que el dialogo resultará prioritario para intentar superar la desconfianza mutua suscitada por las diferencias entre, por un lado, los planes estadounidenses para la defensa antimisil y, por el otro, las aspiraciones militares de la Unión Europea. Esta última, que se ha sumido en la búsqueda de un diálogo entre iguales en el terreno de la seguridad, ha chocado permanentemente con quienes en Washington, anteponen las prioridades nacionales estadounidenses. Esta ha resultado ser, sin duda, una de las implicancias del Sistema Antimisiles.

Por su parte, la administración del Presidente George W. Bush ha analizado diversos cursos de acción a fin de derribar las objeciones que oponen los aliados europeos al desarrollo del proyecto. Si bien el objetivo principal del despliegue de la NMD lo constituye la intención de preservar la libertad de acción norteamericana, para actuar en casos de crisis donde se encuentren en peligro intereses nacionales, va cobrando cada vez mayor fuerza la idea de que la participación de los aliados se erige en precondición política de tal accionar. Esto implicaría nada menos que extender la arquitectura del sistema, de modo tal que cubra también a estos. 

La opción que hasta ahora ha sido objeto de mayor aceptación al interior del Pentágono implica construir, en etapas posteriores, un segundo sitio de lanzamiento de misiles interceptores en Europa. La función de este sitios consistiría en proteger tanto a este continente como a los mismos Estados Unidos frente, fundamentalmente, a lanzamientos de misiles provenientes de Oriente Medio. Ello implicaría transformar la National Missile Defence, en una “ Allied Missile Defence” .

En tanto esta idea ha ganado adeptos en Estados Unidos, la situación en Europa es otra. Ante el despliegue consumado en Diciembre de 2002 de una parte del proyecto, los aliados norteamericanos han asumido la inevitabilidad de los hechos, lo que lejos se halla de implicar un apoyo incondicional, ni se advierte tampoco una potencial disposición a realizar un aporte sustancial a su financiación. Asimismo, Donald Rumsfeld, Secretario de Defensa estadounidense ya había manifestado claramente durante el transcurso de la Conferencia sobre Seguridad Europea que tuvo lugar en Munich, Baviera, en Febrero de 2001, que su país se mostraba dispuesto a “asistir a los países amigos y aliados a desplegar defensas balísticas antimisiles, pero no así a pagarlas”.

De algún modo, el tema del Escudo Antimisiles, no deja de ser más que un motivo más de fricción dentro de una alianza que posterga una y otra vez la discusión real que debe acometer: una verdadera redefinición acerca de su papel en un mundo que ha sufrido cambios drásticos desde que la Alianza del Atlántico Norte fuera constituida como tal. Este, que es un debate que se ha venido soslayando desde que el fin de la Guerra Fría, lo convirtiera en ineludible, se torna ahora impostergable ante la severa crisis que afronta la OTAN. Ya en 1999 la OTAN, por un cambio en sus estatutos y en su carta orgánica, pasó de ser una alianza defensiva con una jurisdicción sobre el área que le da el nombre, a constituirse en un dispositivo militar ofensivo con jurisdicción planetaria. Más, tras los atentados del 11 de septiembre, cuando Washington emprendió su campaña punitiva contra Afganistán, se puso en evidencia que la nueva OTAN no era efectiva.

Hoy no sólo este proyecto, sino sobre todo la guerra con Irak, muestran a las claras la profundidad de la fractura que atraviesa a Europa, tanto en el ámbito de la OTAN, como asimismo en el ámbito de la Unión Europea.

JAPON

Otra relación que reviste importancia estratégica para Estados Unidos es la que mantiene con países de Extremo Oriente como Japón y Corea del Sur. Ahora bien, las implicancias de dicha relación no pueden analizarse fuera del contexto de la relación absolutamente conflictiva establecida entre EE.UU. y China, como asimismo el peligro latente que significa Corea del Norte para la seguridad estadounidense.

Podría afirmarse entonces que la lógica que explica esta asociación, de alguna manera es la misma que evita que Japón, por ejemplo, oponga críticas demasiado contundentes al sistema antimisiles pergeñado por la administración norteamericana.

Estados Unidos afirma, del mismo modo que lo hace en relación a sus aliados europeos, que sus amigos en Asia también podrán gozar del beneficio que implica el desarrollo del sistema cuya justificación, sin duda, perjudica a los enemigos de estos mismos países. 

Sin embargo cabe destacar, que el Escudo Antimisiles tampoco es visto con agrado por parte de los gobiernos de Japón y de Corea del Sur, quienes por el contrario, observan consternados como aumenta la tensión en su entorno vecinal. Los países de la región argumentan el temor a que el rápido deterioro de las relaciones entre Estados Unidos y países con capacidad nuclear como Corea del Norte y fundamentalmente China, se traduzca en un retroceso hacia un clima mas propio de Guerra Fría que significaría la reapertura de la carrera armamentista nuclear, al debilitar los acuerdos de verificación y control de este tipo de armamentos. En este sentido, la materialización del proyecto representa una amenaza sustancial a la paz en extremo oriente.

Asimismo, Estados Unidos manifestó públicamente su intención de dotar a Japón de un mayor protagonismo en la gestión de la seguridad regional. Dichas declaraciones realizadas por la administración republicana, colocaron al gobierno de Tokio en una situación, cuanto menos, incómoda. Si, por un lado Japón es el socio estratégico de Estados Unidos, país con el que necesariamente debe contar para garantizar su defensa, no resulta menos cierto que no existe, por lo menos en el momento actual, ninguna razón de peso que justifique exacerbar las tensiones con su gran vecino chino.

Es este el motivo de la reticencia manifestada por este país asiático, quien no parece proclive, en absoluto, a ampliar sus compromisos militares.

Una cuestión esencial que plantea el análisis de esta coyuntura, es sin duda, acerca de los objetivos de la política estadounidense en esta remota región del planeta. El hecho de que en Asia 100.000 soldados estadounidenses se encuentren estacionados en Japón y Corea del Sur, induce por lo menos a preguntarse si un presupuesto estimado en 42.000 millones de dólares es gastado sólo en virtud de potenciales problemas con Corea del Norte .

Hay quienes argumentan que esta fuerza expedicionaria no es otra cosa que la faz contemporánea de la estrategia norteamericana puesta en marcha desde fines de los años ’40 en Asia Oriental. Esta estrategia tenia una doble finalidad:
por un lado, frenar al comunismo, y por otro y más sutilmente, 
limitar los márgenes de maniobra del nuevo aliado japonés. En tanto el primer objetivo se cumplió con éxito en 1991, el segundo fue evolucionando con el tiempo.
 Hoy Japón, aunque estado soberano, en la práctica depende de Estados Unidos, no solamente para su defensa, sino también para su información y para el control de las vías marítimas esenciales para el aprovisionamiento de su economía .

Podría decirse que en virtud de lo analizado previamente, las relaciones que actualmente mantiene Estados Unidos con sus aliados no atraviesan su momento óptimo. Sin duda el capítulo del Escudo Antimisiles representó un factor adicional de tensión en el marco de esta dinámica, pese al carácter secundario que hoy reviste el tema, debido a la centralidad asumida por el conflicto iraquí. 


Capítulo VIII:
Desafíos al liderazgo y a la “Doctrina Preventiva”.

“Nuestra Nación entra a este conflicto con renuencia, pero nuestro propósito es firme. El pueblo de Estados Unidos y nuestros aliados no vivirán a la merced de un régimen ilegal que amenaza la paz con armas (capaces) de asesinatos masivos.
Haremos frente a esa amenaza ahora, con nuestro ejército, fuerza aérea, marina, guaradacostas e infantes de marina, para no tener que enfrentarla más tarde con ejércitos de bomberos, policías y médicos en las calles de nuestras ciudades...
...Ciudadanos, los peligros para nuestro país y el mundo serán superados.
Pasaremos este tiempo de peligro y asumiremos el trabajo de la paz.
Defenderemos nuestra libertad.
Llevaremos libertad a otros.
Y prevaleceremos.
Que Dios bendiga a nuestro país y a todos los que lo defienden”.
George W. Bush 
(19/03/03, vísperas del inicio de la Guerra en Irak).
                                                                   

Como resulta de rigor suponer, hay ciertos Estados a los cuales la mención del Escudo Antimisiles resulta, al menos, sumamente preocupante. Es específicamente el caso de aquellos países cuya relación con Washington ha sido compleja y difícil a lo largo de la historia y en la actualidad dista de atravesar su mejor momento. De algún modo pareciera ser que dicho proyecto los tiene, aunque mas no fuera en forma implícita, como destinatarios.

Una historia de conflictos sin ninguna proyección de arreglo en el mediano o corto plazo y si potencialmente agravable, es una característica común al tipo de relacionamiento existente entre Washington y dichos países, de entre los cuales se tomarán tres casos, a saber, China, Corea del Norte e Irak, ciertamente disímiles entre si en muchos aspectos, pero paradigmáticos en cuanto a lo que su relación con Estados Unidos implica .

Pese a que en los últimos años el escenario de las relaciones internacionales ha cambiado abruptamente de marco, los acontecimientos internacionales que a diario se desarrollan nos muestran que el conflicto, sin tener las características del período anterior, sigue existiendo como una de las manifestaciones del Poder de las Naciones. A partir de la pos Guerra Fría, la solución de los conflictos pasa a ser cuestión de negociaciones políticas, de orden diplomático y, eventualmente, de la injerencia de alguna resolución supranacional que resultare acatada por los estados en conflicto. Obviamente, en no todos los casos es este el camino por el que optan los actores y vemos como proliferan los casos en que relaciones entre Estados que mostraban pocos rasgos de cooperación, hoy se han potenciado en forma negativa.

En cuanto a la política exterior pergeñada por la administración Bush, tanto en lo que respecta a Rusia como vimos en el acápite anterior, como respecto de la República Popular China y Corea del Norte, está alejándose a pasos agigantados de la mantenida por el gabinete del Presidente Clinton, a la cual el primero criticara en numerosas oportunidades calificándola de conciliatoria. A modo de ejemplo, ya durante la campaña presidencial el entonces candidato Bush calificó a China como un “rival estratégico”, en lugar de “socio estratégico”, que era el denominador aplicado por la administración Demócrata.

En cuanto a Corea del Norte el Presidente Bush ordenó, sin ambages, una revisión de la política de diálogo y apertura  iniciada por el gobierno antecesor. Además de ello, ha expresado públicamente que duda acerca de la sinceridad de Pyonyang. La reacción de este último no se hizo esperar y prontamente congeló el diálogo con Corea del Sur y lo que resulta mas grave, con Estados Unidos, sobre su programa de desarrollo de misiles.

El problema de Irak resultó particularmente irritante y el desafío de Saddam Hussein a las inspecciones de armas de Naciones Unidas, al igual que el debilitamiento de las sanciones contra su régimen brutal, figuraron entre los primeros problemas que el equipo de política exterior de Bush se vio urgido a resolver. La opción que resultó mayormente apoyada desde sus inicios tuvo que ver con la aplicación de una política más ambiciosa, dirigida a derrocar a Saddam Hussein. Varios de los responsables de elaborar los detalles de la estrategia a aplicar, entre ellos el Secretario de Defensa Donald Rumsfeld, asi como el Vicesecretario Paul Wolfowitz criticaron antes lo que consideraron una omisión de la administración Clinton, en el sentido de apoyar y armar activamente a una oposición iraquí . 

CHINA

Volviendo a China, este es un país que plantea problemas y opciones únicos en su género. Las administraciones anteriores evidentemente lo han creído así y han luchado por alcanzar el equilibrio entre colaborar con Pekín para promover la modernización y el desarrollo económico que puedan hacer de China una sociedad más abierta y pluralista, o enfrentar al régimen para disuadirlo de amenazar a Taiwán, de suministrar tecnología misilística y nuclear a proliferadores en potencia y de amenazar a los intereses norteamericanos de un modo más general. China, al reconocerse económicamente dinámica, ha optado por aumentar el gasto militar en más de un 17%, emprender un proceso de modernización y fortalecimiento constante de sus fuerzas armadas, además de lo cual sigue desplegando Misiles Balísticos Intercontinentales que apuntan a Estados Unidos, mientras critica con acritud las propuestas de Defensa contra Misiles planteada por la Casa Blanca .

Un tema ciertamente inquietante, sobre todo para el gobierno de Pekín es, sin duda el de Taiwán. Y respecto a ello, la administración republicana no hizo más que aumentar esos temores, ya que aparece mucho más decidida que su antecesora a apoyar al régimen de Taiwan, dejando entrever que dicho apoyo podría tomar la forma de venta de armamento de última generación. La justificación esgrimida a tal efecto, es que la República Popular China constituye una amenaza para la supervivencia estadounidense.
Resulta así evidente que las políticas esgrimidas por el gobierno de Bush amenazan con desestabilizar aún más las frágiles relaciones sino-estadounidenses, ya afectadas por la ruptura de las relaciones militares entre ambos países a lo que se sumaría, como se desprende del párrafo precedente, la clara intención de Bush de ayudar al gobierno de Taiwan a defenderse. 
 Un incidente ocurrido en abril de 2001 entre Estados Unidos y China, reveló el potencial de conflicto que existe entre los dos países, además de lo delicado que puede llegar a ser un manejo agresivo de la relación bilateral. En dicha oportunidad, el gobierno de China mantuvo secuestrado un avión norteamericano Orion P-3 de reconocimiento y vigilancia. Según la versión oficial difundida por el Pentágono, este avión, con 24 tripulantes a bordo se encontró, a causa de maniobras intencionales de un piloto chino, obligado a llevar a cabo un aterrizaje forzoso en territorio chino, específicamente en la Isla de Hainan. En tanto, el gobierno del Presidente Jiang Zemin aseveró que se consideraba la víctima de este asunto, acusando al avión espía norteamericano de haber cambiado brutalmente de ruta, chocando con el caza chino y causando la desaparición de su piloto, tras lo cual aterrizó, sin hallarse autorizado para ello . Si bien la tripulación fue prontamente liberada, la devolución del avión, valuado en 80 millones de dólares, dio origen a un sinfín de acusaciones y contraacusaciones, hasta que finalmente el gobierno chino decidió devolver los equipos desmantelados .

Más allá de las viscisitudes de este acontecimiento, lo concreto son las reacciones que generó en ambos países. Por un lado puso en evidencia las estrategias pergeñadas por los dos gobiernos, mientras que por otro lado, ahondó un deterioro que ya se venía perfilando en las relaciones entre ambos. 

En el ámbito estadounidense, el hecho dio lugar a un debate entre el sector moderado, al que pertenece el Secretario de Estado Colin Powell y el sector representado por el Pentágono, el Vicepresidente Dick Cheney y el Secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, entre otros. Por su parte, los sectores antichinos propusieron llevar adelante una política de confrontación, cuyos contenidos ya habían sido establecidos en forma programática, meses atrás, por el Grupo Santa Fe en el Documento denominado “Santa Fe IV”. Este grupo, que ideológicamente constituye la extrema derecha del Partido Republicano, fue el que asesoró anteriormente a Ronald Reagan y a George Bush (padre) .

En China la repercusión interna también supuso un costo al régimen del Presidente Jiang Zemin, mas fue menor que el sufrido por su contraparte. Esto es así por la situación interna que atraviesa el país oriental. Actualmente el éxito económico es la base de la fuerza de los reformadores, lo cual torna inimaginable la vuelta del maoísmo. Otro ingrediente de la política china, liberal en diversas áreas económicas y acotada a regiones bajo la tutela estatal, es el nacionalismo político. Este fue el elemento que confluyó, a fin de que Pekín lograra el apoyo de las masas en la crisis del avión espía. Esto, a la vez, permite apreciar que la potencia China continúa con una estrategia de independencia; no satelismo respecto de Washington; de desarrollo unitario, que implica la inclusión de Macao y Taiwan al territorio continental y de modernización .

En lo que concierne al despliegue de la National Missile Defence, China,  país que blande un arsenal mucho menos copioso que el ruso, ya que posee únicamente 20 ICBM ( frente a los 776 de Rusia, más los instalados en sus submarinos), considera que, además de tornarla mas vulnerable a un potencial ataque norteamericano, degradando su capacidad de repuesta, esta iniciativa a su vez le proporciona una mayor libertad para defender Taiwan y para intervenir militarmente en Asia. 
Al mismo tiempo existe otra consecuencia grave que no se debe dejar de tener en cuenta, la cual es que, al no existir ningún acuerdo de control de armas entre los Estados Unidos y China, el despliegue de la NMD podría producir eventualmente una escalada militar por parte de este país. Respecto a ello, la agencia de noticias oficial china, denominada Xinhua, admitió que “El plan de defensa de misiles de Estados Unidos viola el tratado de Misiles Antibalísticos, destruirá el balance de fuerzas de seguridad internacionales y podría causar una nueva carrera armamentista”. Esto, de hecho, ha sido mencionado inclusive por C. P. Shung, sinólogo del Instituto de Defensa y Estudios Estratégicos de Singapur, quien dijo que la medida estadounidense podía impulsar a China a robustecer su arsenal, “Los chinos probablemente tratarán de incrementar su fuerza de ataque nuclear, lo que no será un factor de estabilización en esta parte del mundo”, afirmó el especialista mencionado . Asimismo China se podría inclinar por buscar la técnica de la saturación, como forma de desafiar a las capacidades de la NMD, ya que es sabido que un sistema de las características del Escudo Antimisiles puede ser saturado y dejar de ser efectivo simplemente aumentando el número de vectores. Ello acabaría con el objetivo del Tratado de No Proliferación Nuclear, un acuerdo casi universal, que cuenta con 187 países signatarios y solo 4 excluidos: Cuba, India , Pakistán e Israel, a los que se suma Corea del Norte, país que recientemente denunció el tratado.  Quizá podría pensarse, a fin de evitar tales consecuencias, en la posibilidad de que Washington y Pekín lleguen a algún tipo de arreglo, de manera que los Estados Unidos consientan en la modernización de los arsenales chinos a cambio de la aceptación de este país al Escudo Antimisiles, dentro de unos límites suficientemente amplios . 
Esto, sin embargo, en la coyuntura actual, resulta prácticamente inadmisible, ya que desde un principio China ha mostrado una actitud rotundamente negativa a todo lo relacionado con este tema y así lo ha manifestado en reiteradas oportunidades, en parte por temor a que éste cubra a Japón, aliado norteamericano y también a Taiwán, isla que, como se mencionara anteriormente, el gobierno de Pekín reivindica como provincia china renegada a la que pretende anexar nuevamente. En este sentido, Sha Zukang, director general del Departamento de Control de Armas del Ministerio de Relaciones Exteriores chino también indicó que Pekín diferencia entre el NMD, o Sistema de Defensa Antimisiles de Estados Unidos y el TMD (Theater Missile Defence), o Defensa Antimisiles de Teatro que, como se explica en el capítulo correspondiente, a diferencia del anterior, cubre una región determinada o zona estratégica sensible donde se prevé pueda existir un conflicto . 
Si en algún momento Pekín había demostrado una posición más flexible, fue en marzo del año 2001, cuando su máximo funcionario diplomático en materia de control de armas, dijo que China estaba dispuesta a conversar sobre el tema con Washington. Mas, los sucesos acaecidos en abril del mismo año dieron ocasión para que la administración de Jiang Zemin diera un paso hacia atrás, rehusando toda concesión .
Por último y ya una vez ordenado por Bush en Diciembre de 2002 el despliegue de una primera fase del Escudo Antimisiles, la reacción de China no se hizo esperar y reiteró una vez más su oposición a los planes de Washington, que en su opinión echarían por tierra el “equilibrio estratégico global”. Sha, un sobresaliente experto en desarme, oriundo de China, señaló en un acto público en Londres que “China no aprueba la implementación y despliegue de un sistema de defensa antimisiles que desordenará el equilibrio estratégico y la estabilidad”. Al mismo tiempo, el representante chino en la oficina de Ginebra de Naciones Unidas, Sha Zukang, también indicó que Pekín introdujo una rigurosa gestión y mecanismos de control sobre la exportación de materiales nucleares y sus componentes. Por otra parte, el Canciller chino Tang Jiaxuan declaró: “Naciones Unidas debería continuar mostrando seria preocupación por el intento de cierto país de desarrollar un sistema de defensa antimisiles...y debería tomar las medidas necesarias para detener esa peligrosa iniciativa” .

En el trasfondo de esta pugna se advierten dos elementos diferentes:
por un lado el temor estadounidense ante lo que percibe como una amenaza a su seguridad. Esto se desprende de los argumentos esgrimidos por la administración republicana, resultando un ejemplo paradigmático de ello el documento titulado Joint Vision 2020, proveniente del Comité de Jefes de Estado Mayor, el cual designa sin ambages a China como eventual adversario. En una versión suavizada de ese texto, publicada en junio de 2000, China es calificada de Peer Competitor, es decir rival del mismo nivel. Para algunos, resulta evidente que la primera zona exterior protegida por un Missile Defence System, sería Taiwán, con el objetivo de impedir que China lo tome bajo su control. Lo mismo ocurriría con las bases aéreas y aeroterrestres estadounidenses establecidas en Kirguistán y en Uzbekistán, de manera “duradera” según Rumsfeld. Para conservar su credibilidad si ocurriera en efecto tal cosa, China se vería obligada a alcanzar un grado de desarrollo de misiles muy superior al actual, tanto en volumen como en eficacia y, según informaciones confiables de origen estadounidense, un centenar de misiles nucleares móviles tierra - tierra, es decir, invulnerables a los ataques por anticipación, podrían caer sobre su territorio en menos de 12 años . 
A su vez, China no oculta su realineamiento con vistas a neutralizar el despliegue estratégico estadounidense en la región. El diario oficialista Remmin Ribao acusó a Estados Unidos de usar la acción militar en Afganistán “para medir la posibilidad de expandir su presencia en Asia central”. Los acuerdos militares de Pekín con Moscú revelan por donde buscan respuesta las autoridades chinas .

Asimismo, estas informaciones, de alguna manera reafirman las declaraciones del Director de la CIA, quien afirmó en su estimación de 1999, (NIE) bajo el sugestivo nombre de “Desarrollo misilístico extranjero y la amenaza de misiles balísticos para los Estados Unidos en el año 2015”, que “durante los próximos 15 años los Estados Unidos tendrán que enfrentarse como amenaza most probably a Rusia, China y Corea del Norte, como amenaza probably a Irán y como amenaza possibly a Irak” .

Por último, un segundo elemento que hace al marco de las relaciones bilaterales existentes entre Washington y Pekín es de índole mucho más antigua y profunda. Hay un choque de culturas. China, con sus 4.000 años de historia se considera moralmente superior a Estados Unidos y, además de ello, los tiempos de las dos potencias son distintos. Mientras Washington persigue resolver la “cuestión china” rápidamente, Pekín no tiene ningún apuro, creyendo que la historia juega a su favor .

COREA DEL NORTE

Al hablar de las relación bilateral existente entre Estados Unidos y Corea del Norte, podría decirse que ocupa actualmente el segundo lugar como potencial conflicto bélico, detrás de la grave situación iraquí de estos días. Mas, no siempre la situación revistió tal urgencia. Inclusive, podría afirmarse que hasta hace poco tiempo atrás la cuestión coreana, aunque tímidamente, se hallaba en vías de resolución.

El vuelco que la política exterior norteamericana realizó en el año 1994 resultó decisivo. Tras una aguda crisis en torno al programa nuclear norcoreano, que estuvo a punto de transformarse en un conflicto militar declarado, la administración Demócrata del Presidente William Clinton inició negociaciones con Corea del Norte, que estabilizaron y distendieron en forma significativa la situación en la península. Esto, a su vez, permitió que el entonces Presidente y Premio Nóbel surcoreano, Kim Dae Jung profundizara su política llamada del “rayo de sol” (Sunshine Policy). En junio de 2000, en el marco de la citada política, tuvo lugar en Pyongyang una primera reunión cumbre entre las dos Coreas . Esto implicó, sin duda, el mayor avance en cuanto a reducir las proporciones del conflicto desde 1945 . 

Con el cambio de rumbo impreso por la administración del Presidente Bush, las perspectivas de éxito de esta estrategia de acercamiento se vieron seriamente comprometidas y el régimen de Seúl se encontró debilitado en el peor momento, debido a que sólo le restaban dos años de mandato para alcanzar los objetivos que se había propuesto. La misma derecha surcoreana lo acusó de haber ido demasiado lejos en la apertura. Pese a las declaraciones realizadas por Bush, desde la misma campaña que lo llevara a la Casa Blanca, que no reflejaban un futuro promisorio para las relaciones entre los dos países, Kim Dae Jung  creyó comprender que la administración entrante iba a procurar, aunque prudentemente, continuar con el diálogo que había iniciado la administración saliente con Corea del Norte. Al hacerse evidente que la política norteamericana se inclinaría por la opción contraria, es decir por un franco endurecimiento de las relaciones bilaterales, la “Sunshine Policy” se vio amenazada y el mandatario surcoreano pudo constatar como aquellos pacientes años de negociación volvían a ponerse en tela de juicio. En consecuencia, a principios de abril de 2001, el gobierno de Pyongyang anuló una reunión ministerial que debía tener lugar ese mismo mes en Seúl .

La administración republicana justifica tal giro de su política exterior con respecto a este país en la convicción de que Corea del Norte es un régimen que debe ser observado cuidadosamente. Sintetizando la postura asumida por la administración, Condolezza Rice asevera “Hemos dicho que nos preocupa mucho la proliferación de tecnología antimisiles que sale de Corea del Norte y sobre el Plan autóctono norcoreano...estamos revisando nuestra política en relación a Corea del Norte” .

Las tensiones, básicamente, tuvieron como punto de partida el mes de Octubre de 2002, en ocasión de la visita del Subsecretario de Estado de Estados Unidos, Richard Armitage, a Pyongyang. En dicha oportunidad el régimen norcoreano informó al funcionario acerca de la construcción de una planta de enriquecimiento de uranio. Esta acción resulta violatoria del Acuerdo de 1994, que estipulaba la suspensión de su programa nuclear. Cabe destacar que este constituyó el primero de una serie de hechos que se desencadenaron con posterioridad, enfriando las ya tensas relaciones existentes. La denuncia del Tratado de No Proliferación Nuclear, seguida por la expulsión de los inspectores de la AIEA (Agencia Internacional de la Energía Atómica) y la puesta en marcha de la Planta de reprocesamiento de uranio en Yongbyon, son otros eslabones de la misma cadena que determinó la condena estadounidense .

El último de los hechos mencionados resulta, por sus consecuencias, particularmente relevante. Se calcula que en el lapso de unos pocos meses, el país se hallará en condiciones de producir materiales, con grado de armamento, para una veintena o más de armas con plutonio al año, destinadas a su propio arsenal, a la vez que se encontrará habilitado a transferir plutonio a otros actores, lo que implicaría un alto factor de riesgo para la precaria situación internacional.

Henry Kissinger, ex Secretario de Estado estadounidense, no descarta la posibilidad de que esta serie de acontecimientos operen a modo de chantaje nuclear. En tal hipótesis, Corea del Norte está tratando de repetir dos series de negociaciones que tuvieron lugar hace más de una década. En enero de 1991, la primera administración Bush medió en un Acuerdo triangular entre Seúl, Pyongyang y Washington. Los dos primeros aceptaron no poseer, fabricar ni usar armas nucleares o dedicarse al procesamiento de plutonio, además de lo cual, negociaron un sistema de inspecciones nucleares Norte-Sur. Como contrapartida, Estados Unidos retiró sus armas tácticas de la península coreana. Los acuerdos negociados pronto mostraron su ineficacia y en las postrimerías de 1992, Corea del Norte comenzó a acosar a los inspectores de la AIEA, rechazando de forma definitiva las inspecciones en marzo de 1993. La administración Clinton negoció entonces lo que se denominó un “Acuerdo Estructural”, en base a cuyas cláusulas Corea del Norte debía cerrar, aunque no desmantelar, su producción de plutonio bajo supervisión internacional. Washington, por su parte, se comprometió a no utilizar armas nucleares contra el régimen norcoreano, construir junto a Japón y Corea del Sur dos plantas nucleares de agua liviana y proveer aceite pesado a Corea del Norte para sus plantas eléctricas convencionales y la calefacción. Nuevamente el Acuerdo alcanzado fue violado casi de inmediato. Pyongyang inició su programa encubierto para el enriquecimiento de uranio y mantuvo su amenaza de armas de destrucción masiva, haciendo volar un misil de prueba sobre Japón. Al respecto Kissinger asegura que en la situación actual “inducir a Estados Unidos a realizar negociaciones bilaterales incrementaría la posición política de Corea del Norte, a la vez que legitimaría su status nuclear, dando a Pyongyang un máximo de flexibilidad con un mínimo de obligaciones; crearía incentivos para la proliferación nuclear en otras partes, produciría una situación en la cual la aplicación de cualquier acuerdo sería responsabilidad de Estados Unidos, sin que ninguno de los países vecinos asumiera obligación alguna con respecto al desarrollo que tan profundamente los afecta”  .

La situación se torna aún más complicada para los actores involucrados a partir de que funcionarios de la inteligencia norteamericana constataron la existencia, en el norte de la península coreana, de misiles que pese a que aún no fueron probados, podrían llegar hasta el oeste de Estados Unidos. Dicho proyectil, según explicó el vicealmirante Lowell Jacoby, director de la Agencia de Inteligencia de Defensa, ante el Comité de Asuntos Militares del Senado,  es una versión de tres fases del Taepo Dong 2. Informes de inteligencia anteriores afirmaban que un misil de este tipo podría llevar una carga nuclear. Ello demuestra la veracidad de las previsiones estadounidenses de que “con más tiempo para desarrollar tecnologías, regímenes como los de Corea del Norte tendrán la capacidad de alcanzar los Estados Unidos” siendo la razón, según declaraciones de Ari Fleischer, portavoz de la Casa Blanca, por la cual el presidente George W. Bush propuso desarrollar un escudo antimisiles .
Pyongyang, por su parte, explica las medidas adoptadas, en virtud de lo que considera una política hostil por parte de Estados Unidos, ya que el mismo ha incluido a este país dentro de lo que considera el “eje del mal”, junto a otros como Irak e Irán, países estos a los que apunta su estrategia misilística. Asimismo la agencia oficial norcoreana KCNA afirmó que el despliegue por parte de Estados Unidos de un sistema de defensa antimisiles es prueba de que el gobierno del Presidente George W. Bush quiere lanzar un ataque contra ellos: “Las fuerzas belicosas de Bush comienzan el despliegue de la defensa antimisiles para lanzar sanciones militares y un ataque contra la República Democrática Popular de Corea so pretexto de su presunto progreso hecho en la obtención de capacidad nuclear y la amenaza misilística”, a lo que agregó la misma fuente, “esto prueba claramente que Estados Unidos pretende lanzar una intervención militar contra la República Democrática Popular de Corea con la excusa de una amenaza nuclear y misilística en un intento por resolver la cuestión bilateral no por medios pacíficos sino por la fuerza” .
A su vez, el gobierno de Corea del Norte ha dejado caer otra fuerte acusación sobre Estados Unidos, país al que acusa de violar el armisticio de guerra de 1953 que, sin ser un tratado de paz, puso fin a la guerra de tres años que se desarrolló en la península . La agencia estatal norcoreana aseguró que “El armisticio que fue firmado para proveer una solución pacífica al tema coreano ha sido sistemáticamente desechado por Estados Unidos y usado para su política de hostilidad contra la República Democrática Popular de Corea” y que “si la parte estadounidense continúa violando y utilizando el armisticio como le place, no habrá motivos para la República Democrática Popular de Corea de permanecer obligada al armisticio”. El comunicado de la agencia acusó asimismo a Estados Unidos de reforzar sus fuerzas colocando “portaaviones y bombarderos estratégicos en y alrededor de la Península de Corea” lo cual constituiría una flagrante violación del armisticio  citado. El portavoz aseguró que tales medidas forman parte del plan de Washington de “ataques preventivos” a Corea del Norte y que esto era la causa de una situación “que se está poniendo más seria a medida que pasan los días” .

Cuando el gobierno de Corea del Norte hace alusión a ataques preventivos, se basa en otra acusación contundente donde asegura que un avión espía de Estados Unidos voló sobre su espacio aéreo por cuatro días consecutivos. Al respecto la KCNA declaró  “Los imperialistas halcones de guerra estadounidenses introdujeron el avión de reconocimiento ARC-135 en el territorio aéreo de la República Democrática Popular de Corea del Norte”, informando además que el avión en cuestión ingresó ilegalmente al espacio aéreo de su territorio sobre el Mar de China oriental, entre Musudan y la bahía Wonsan. Frente a tal denuncia, el Secretario de Estado norteamericano, Colin Powell, aseguró “Estados Unidos no tiene planes de invadir a Corea del Norte” y agregó acerca del suceso denunciado,  “realizamos nuestras rutinas usuales de ejercicios con Corea del Sur, pero no creo que debería haber ninguna preocupación con relación a que Estados Unidos esté por ingresar en algún tipo de conflicto con Corea del Norte”. Dichas declaraciones tuvieron lugar justamente tras sostener una reunión con el nuevo presidente de Corea del Sur, Roh Moo-Hyun . 

Pese a tales señales tranquilizadoras por parte del gobierno norteamericano, Pyongyang aduce tener fundados motivos para temer lo contrario y en consonancia con ello, el Ministerio de Asuntos Exteriores de Corea del Norte admitió que “ahora está regularizando las operaciones de sus instalaciones nucleares para la producción de electricidad tras su reactivación”. Por su parte, el subsecretario de Estado norteamericano Richard Armitage dijo, frente a tales declaraciones, que Estados Unidos estaba dispuesto a realizar reuniones directas con Corea del Norte para conversar sobre el programa nuclear de ese país. Asimismo afirmó que si el régimen norcoreano pudiera reprocesar sus barras de combustible nuclear usadas, podría encontrarse en condiciones de vender parte de ese material fisible a países o grupos extremistas enemigos de Estados Unidos interesados en construir armas nucleares. Cabe destacar, en el marco de este problema, que ante un ofrecimiento del Organismo Internacional de Energía Atómica de referir la cuestión del programa nuclear norcoreano al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, Pyongyang alegó que rechazaba el mismo en virtud de que ya había abandonado esa organización .

Es posible, en virtud de lo descripto en los párrafos precedentes, afirmar que la situación en la península coreana es sumamente preocupante y que las relaciones bilaterales entre Washington y el régimen de Pyongyang pasa por su peor momento desde que finalizara la Guerra de Corea, hace casi 50 años atrás. Los cimientos de una paz precaria se derrumban en forma paulatina y nada hace pensar que el proceso se pueda revertir. Por el contrario, existe la opinión generalizada de que es sólo el conflicto que actualmente se desarrolla en suelo iraquí el que mantiene alejada la catástrofe en esta zona, que hasta hace poco tiempo atrás traía sólo el recuerdo de una era, pretendidamente superada, de Guerra Fría.

IRAK

En cuanto al conflicto iraquí, es indudable que este asume gigantescas proporciones en la coyuntura actual. Más, resulta oportuno a los fines de este trabajo, distinguir las diferentes facetas que el mismo presenta. En este caso, a diferencia del anterior, los antecedentes históricos muestran que la relación entre Estados Unidos e Irak ha pasado por una serie de vicisitudes, constituyendo esta enemistad, solo la característica de un último período. 

De remontarnos a la década del ´80, sería posible encontrar una situación diferente, constituyendo un acontecimiento clave de ello el viaje realizado por el actual Secretario de Defensa Donald Rumsfeld a Bagdad, en tanto enviado del entonces Presidente  Ronald Reagan, con el objeto de expresar el respaldo de su gobierno a Hussein y su deseo de restablecer relaciones diplomáticas plenas. En aquel momento, el líder iraquí era considerado un valioso aliado de Washington, ya que compartían una amenaza en común: el gobierno chiíta de Irán, lo cual también perjudicaba a países amigos de Estados Unidos, como es el caso de Kuwait, Arabia Saudita y Jordania. Lo mencionado justificaba ampliamente el vínculo entre Washington y Bagdad, vínculo que no sólo fue convencional, sino incluyó además datos de inteligencia, agentes biológicos y químicos y el traspaso de bombas de racimo, las cuales fueron suministradas a través de una compañía chilena. Cabe agregar que la administración estadounidense no fue la única que prestó ayuda al régimen iraquí, ya que es posible constatar la asistencia de otros países, como es el caso de Gran Bretaña y Alemania .   

Por su parte, ayudado por el dinero y las armas provenientes de los países citados y de las Monarquías del Golfo, Irak se embarca en una contienda contra Irán que, tras ocho años de guerra, deja a la economía del país en ruinas, situación que empeora por la baja del precio del barril de petróleo. Irak, propone entonces a los países petroleros reducir la producción, a fin de que se produzca un alza de precios. Al negarse estos países a su petición, en especial Kuwait, que aumenta su producción, se desencadena la amenaza esgrimida por Saddam Hussein y Kuwait es invadida a fines de 1990, dándose inicio a principios del año entrante a la denominada Guerra del Golfo Pérsico, la cual finaliza con la derrota de Irak a manos de una fuerza multinacional liderada por Estados Unidos y con mandato de Naciones Unidas .

Para alcanzar una cabal comprensión acerca del empeoramiento que sufrió la situación en un lapso relativamente reducido, es preciso retrotraerse a los inicios de la administración de George W. Bush y recordar las pautas por ella establecidas para su política exterior, en especial en lo que atañe al área  estratégico-militar de la misma. Dichos lineamientos, que tomaron un nuevo ímpetu tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, se condensan de algún modo en lo que se conoce como la Doctrina Bush, que a su vez se halla en íntima conexión con las reiteradas menciones realizadas por los miembros del gabinete al denominado “Eje del mal”, basamento de diversas acciones estratégicas entre las que se encuentra el Escudo Antimisiles.

Esta doctrina de hecho, encuentra su fundamento en la existencia de tales Estados, que como fuera descripto en párrafos anteriores, se caracterizan por presentar una dirigencia irracional y estar asimismo dotados de capacidad misilística, pautas estas que justificarían la posición estadounidense en tanto reacción prudente y defensiva ante la imprevisibilidad del comportamiento de dichos Estados. Este alegato, lejos de ser privativo del gobierno de Bush, había sido empleado por administraciones anteriores entre las que destacan la del Presidente Ronald Reagan y, de modo más inmediato, la del Presidente Clinton. El Escudo Antimisiles sería preciso, a partir de tal concepción, para defenderse de los Estados Parias: Corea del Norte, Irán, Irak u otros que en el futuro pudiesen contar con misiles de mediano o largo alcance, dotados con armas de destrucción masiva. Del mismo modo, los mandatarios mencionados hacen hincapié en la imposibilidad de contraer, frente a países de tales características,  el tipo de compromiso implícito o pautas establecidas  entre las superpotencias durante el transcurrir de la Guerra Fría . “Debemos asegurar nuestra defensa nacional más allá de la triste premisa de que podemos destruir a todos aquellos que buscan destruirnos” afirmó George W. Bush, quien justificó la necesidad de esgrimir la nueva doctrina en la firme convicción de que “...aún existen tiranos consumidos por un implacable odio contra Estados Unidos”. Es posible encontrar en esta frase una clara alusión a Saddam Hussein, sea este mencionado o no en forma explícita . 

Es claro que para la administración Bush, el régimen de Bagdad representaba un doble riesgo, a la par que una acción ofensiva llevada a cabo en territorio iraquí ofrece la indiscutible ventaja de asegurarse el control de lo que constituye, sin lugar a dudas, una región clave para la economía mundial, en virtud de las invaluables reservas de petróleo contenidas en su territorio. De dominar política y militarmente dicha región, Estados Unidos extendería su poderío y trabaría el ascenso de potencias menores. En forma paralela, constituiría el subyugamiento del doble riesgo mencionado, en tanto amenaza misilística nuclear y soporte del terrorismo, al tiempo que se erigiría en ejemplo disuasivo frente a otros regímenes que pretendieran actuar de modo similar.

La política a seguir respecto del régimen iraquí, tuvo en claro tales elementos analíticos desde un principio. Se presumía desde entonces que la conflictiva región de Medio Oriente, incluyendo tanto el conflicto árabe-israelí como el del Golfo Pérsico (aunque prioritariamente este último), constituiría, sin lugar a dudas, un reto en materia de política exterior y sumamente peligroso para la administración republicana. El desafío que representaba Saddam Hussein a las resoluciones de Naciones Unidas, aunado a su esfuerzo constante por desarrollar armas nucleares, químicas y biológicas y montarlas en misiles, implicaba más que un problema irritante para el equipo de Bush. Mas la respuesta articulada por dicho equipo fue taxativa. Como afirmó Condolezza Rice, sintetizando a la misma: “El objetivo actual de la política de Estados Unidos debe ser recuperar la iniciativa en lo que se refiere a Saddam Hussein, estudiar a fondo lo que debe hacerse, asegurarse de que no produzca armas de destrucción masiva, que no amenace a sus vecinos, cerciorarse de que cumple las obligaciones que asumió después de la Guerra del Golfo Pérsico. Y las tácticas que empleamos para alcanzar esos objetivos importantes- que no han cambiado desde 1991- y los diferentes medios que empleamos para alcanzarlos, los estamos estudiando a fondo, en un esfuerzo de intentar recuperar la iniciativa” (...) “Hay un régimen de sanciones vigente.  Estamos convencidos de que se trata de un régimen que actualmente tiene problemas. Pero precisamente como enfocar este régimen  y asegurarse que cumple nuestros objetivos, es el objeto de esta revisión” .

Podría afirmarse entonces y, en vistas a la actual coyuntura, que de alguna manera Irak se convirtió en el primer objetivo de la Doctrina Bush, o por lo menos, en la primera ocasión de poner en práctica la misma. Estados Unidos atacó Irak para desarmar a Hussein, constituyendo parte de ese objetivo, como se evidenció, el derrocamiento posterior. La intervención militar era un hecho irrefrenable desde que Bush habló en la ONU, el 12 de septiembre de 2002, cuando denunció que el líder iraquí poseía armas de destrucción masiva. La ONU alumbró una resolución a fin de que Irak desarmara sus arsenales bajo la amenaza de afrontar “serias consecuencias” si no cumplía dicho mandato. El eje principal de la Nueva Doctrina consiste en el “ataque preventivo”, como podría calificarse a la acción bélica en el Cercano Oriente, a la luz de la misma .

Este concepto de Guerra Preventiva, erigido en corazón de la estrategia de seguridad norteamericana, contiene diversas implicancias. Por un lado, indica la percepción por parte de Estados Unidos de una amenaza constante, proveniente tanto del  terrorismo como de los ya mencionados Estados hostiles. Por otra parte, alude a la necesidad de garantizar al pueblo estadounidense su seguridad, en tanto no deja de constituir para la Casa Blanca, la justificación necesaria para adelantarse a un potencial ataque enemigo. Por último, cabe destacar que se desprende de lo anterior el abandono de un postulado fundamental, como lo es la regla de la acción militar como última ratio ante la agresión externa, invirtiéndose así, los términos de la ecuación.

“Estados Unidos no puede ya confiar sólo en una posición reactiva como lo hizo en el pasado”, aseguró Bush, agregando “Como cuestión de sentido común y defensa propia, Estados Unidos actuará contra tales amenazas emergentes antes de que se hayan formado totalmente” y continuando con la retórica “Nuestras fuerzas serán suficientemente fuertes para disuadir a adversarios potenciales de la persecución de cualquier anhelo militar de superar o igualar al poder de Estados Unidos” . Si bien resultaba improbable que Irak manifestara tal intención, si es claro que asumió una posición francamente desafiante y que existía la convicción en Washington de que Saddam Hussein, tras 12 años de idas y venidas, representaba una amenaza en tanto antecedente de agresión a vecinos, desarrollo de armas y, fundamentalmente, apoyo al terrorismo, acciones todas que, particularmente tras la tensión desatada en función de los atentados de septiembre de 2001 ameritó, en forma concluyente, la inclusión de este país en el “Eje del Mal” .

En este contexto, el Escudo Antimisiles puede ser considerado cual acción preparatoria de la intervención militar subsiguiente lo que, en tal caso, encajaría perfectamente en el concepto de prevención referenciado. En cuanto al modo en que tal iniciativa influyó en el empeoramiento de las relaciones entre los dos países, es de suponer que esta actuó a modo de aviso, de intento de disuadir al “adversario irracional” ( en este caso el líder iraquí) de emprender una escalada armamentista cuyo efecto ya habría sido así, previsto y contrarrestado por la política de seguridad de Washington.


Conclusiones:
Un nuevo escenario internacional: La NMD y la voluntad de predominio.

“...era consciente de que estábamos en un período para el que no había precedentes: en la capacidad de destrucción de las armas, en la velocidad de difusión de las ideas, en el impacto global de las políticas exteriores, en la posibilidad técnica de realizar los antiquísimos sueños de mejorar la condición de la humanidad. 
Si algo enseña la historia, es que no puede haber paz sin equilibrio, ni justicia sin contención o moderación. Pero yo creía, igualmente, que ninguna nación podía enfrentar, o siquiera definir sus opciones, sin una brújula moral que marcara un rumbo a través de las ambigüedades de la realidad... La disposición a caminar sobre esta fina línea marca la diferencia entre la percepción de la moralidad que tiene el estadista y la que tiene el académico o cualquier otro extraño...”
Henry Kissinger,
en Mis Memorias.

Habida cuenta de la coyuntura por la que atraviesa el sistema internacional en el período actual, es constatable la presencia de un nuevo orden emergente del que aún no pueden predecirse sus características esenciales. Aquellos presupuestos constituídos en basamentos inamovibles, por décadas, hoy se encuentran en un proceso de desmoronamiento o por lo menos de redefinición. Es el caso ya analizado a lo largo del trabajo de la lógica de disuasión precedente, así como de los Tratados que avalaban la misma y no deja de ser el caso, como se pudo observar a la luz de los últimos acontecimientos que conmocionaron el escenario mundial, de las Naciones Unidas que fuera, sin lugar a dudas, el organismo internacional más representativo de un orden que paulatinamente entra en decadencia.

Es asimismo indudable que dentro de este nuevo orden que se vislumbra, existe un actor preponderante capaz de articular las pautas a seguir y resulta de igual modo innegable que este mismo actor, que no es otro que Estados Unidos, tiene a su vez una clara estrategia de primacía. Dicha estrategia contiene un componente clave: el eje estratégico militar, que además actúa en tanto estructurante de la misma. El porqué de la elección de este sector se desprende del análisis realizado, ofreciendo a modo de respuesta factores políticos, económicos y sociales. Dicha estrategia no es nueva y sus pautas, si bien redefinidas en cada nueva administración que alcanza el poder, han sido forjadas apenas terminado el período de Guerra Fría. En el caso de la administración del Presidente Clinton, inmediatamente anterior a la analizada en el presente trabajo, es posible argüir que la opción elegida fue ponderar el área económica en primer término y establecer como eje definitorio de sus políticas el fenómeno de globalización, lo que no quiere decir que la seguridad, en tanto área de poder fundamental, haya sido dejada a un lado.

El Presidente George W. Bush y su gabinete al asumir la administración del país, establecieron claras diferencias con las políticas emprendidas por su antecesor, priorizando desde el inicio mismo de su mandato una orientación donde prevalece la dimensión de la seguridad. Si bien los atentados llevados a cabo el 11 de septiembre de 2001 representaron un punto de inflexión por sus características y conmocionaron al mundo entero, a la par no hicieron mas que reafirmar o representar una eclosión en la orientación esgrimida desde un principio por la administración republicana. Aún más, se ampliaron los objetivos estratégicos pergeñados, estableciendo Estados Unidos la lucha contra el terrorismo global y asimismo contra los denominados rogue states, países considerados ajenos al sistema internacional, con capacidades tecnológicas para desarrollar o en algunos casos seguir desarrollando armas de destrucción masiva, nucleares, químicas o bacteriológicas. Me atrevo a afirmar en este sentido que los orígenes de la Doctrina Bush, no deben buscarse a partir del suceso mencionado, sino que se hallaban ya implícitos en la agenda estadounidense desde el mismo instante en que el gabinete del Presidente Bush diseñó las pautas que habrían de caracterizar su período. 

Dentro de la estrategia que a partir de tales pautas se fue delineando, la National Missile Defense ocupó un lugar privilegiado. Esto resultó así en virtud de diferentes razonamientos y motivaciones. Desde mi punto de vista existe por un lado un factor de continuidad, que es la voluntad de predominio que caracterizó a la política exterior de Estados Unidos desde que emergió como un actor de peso relevante en el sistema internacional. Esto, que prácticamente se había convertido en un dogma político, se encontró amenazado al finalizar la Guerra Fría. Este hecho produjo en consecuencia, un redimensionamiento de los factores de poder, mutando de este modo las características del escenario internacional. 

Ante esta situación Estados Unidos debió articular una estrategia que le permitiera continuar ocupando una posición hegemónica dentro del concierto de naciones, buscando el éxito en la contienda de poder orden unipolar-vs-orden multipolar. En virtud de esta definición, apeló a aquellas áreas en las que su superioridad resulta indiscutible, el área militar, basada en los avances científico-tecnológicos, sumados a los considerables recursos económicos disponibles. De este modo se anunció la puesta en marcha del proyecto de Defensa Antimisiles, originando un crudo debate en la comunidad internacional, que en su mayoría se posicionó en contra del mismo.

De cualquier modo y pese a las tensiones en consecuencias generadas, la política norteamericana cumplió con su cometido: volver a colocar al tope de la agenda la cuestión de la seguridad, desviando la atención de otras áreas en las que su participación entraba en competencia con la de otros actores, principalmente el área económica, donde tanto la Unión Europea como China se constituían en importantes adversarios.

El primer paso consistió en denunciar el ABM, echando por tierra los cimientos del orden precedente y arriesgándose a fuertes críticas por el unilateralismo del que hizo gala en dicha ocasión, hecho que sentó precedentes, quedando en claro que Estados Unidos implementaría las decisiones que adoptara, aún contando con poco o ningún apoyo.

A su vez, la Defensa Antimisiles se articuló en el marco de una reconceptualización de todos los aspectos relacionados con la seguridad. Por un lado, las Fuerzas Armadas fueron sometidas a un proceso de reingeniería, orientado a modernizar el aparato militar más grande del mundo adaptándolo a los nuevos desafíos. Por otro lado, la estrategia que guío toda esta metamorfosis se basó en el hecho de considerar obsoleto el concepto de disuasión basado en la doctrina de Destrucción Mutua Asegurada, paradigma del período precedente, sustituyendo al mismo por una disuasión que alternase elementos ofensivos y (prioritariamente) defensivos, considerada más acorde al enfrentamiento de los nuevos flagelos.

El Escudo Antimisiles constituye desde esta perspectiva disuasiva-defensiva, una especie de muro de contención que intenta amedrentar a la contraparte, colocándola desde un principio en una posición de desventaja. Se elimina el temor al ataque por medio de una pretendida invulnerabilidad al mismo. De alli la importancia que adquiere como elemento esencial de la Doctrina Preventiva, constituyéndose en factor de garantía y permitiendo, por lo tanto,  que Estados Unidos conserve la Iniciativa, idea clave que implica desde el punto de vista de la defensa la decisión de actuar o evidenciar la capacidad de hacerlo, frente a potenciales amenazas, evitando de este modo la posibilidad de la sorpresa. Más, lejos de sobrevalorar la eficacia de tal argumento, que además sería subestimar quizás al adversario, el elemento ofensivo debe formar, indudablemente, parte de la estrategia. 

En lo que respecta al beneficio que le pueda reportar a Estados Unidos la construcción y despliegue del Escudo Antimisiles en el futuro orden mundial, ello dependerá no solamente de las pautas que regulen el mismo (que hasta el momento parecieran emanar de Washington y sus más estrechos aliados), sino fundamentalmente de las acciones que como respuesta adopten el resto de los países, quienes hasta ahora de alguna manera se han visto obligados a seguirle el juego al hegemón.

Por último, queda pendiente la cuestión de la viabilidad de un sistema de la envergadura del Escudo Antimisiles, cuya capacidad ha sido tantas veces puesta en discusión. Me atrevo a arriesgar una apuesta positiva, en orden a los grandes adelantos que el sector experimenta en forma casi permanente y teniendo en cuenta además, que  no son pocas las expectativas que la política de seguridad de los Estados Unidos ha depositado en la consecución del mismo.  

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